miércoles, 1 de julio de 2009

La sentencia del Tribunal de Estrasburgo

Hace unos días, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha dictado una contundente sentencia en la que ratifica las emitidas por los Tribunales Supremo y Contitucional españoles que excluían del juego democrático a los partidos que apoyan a ETA.

Esta resolución viene a confirmar que la Ley de Partidos -aprobaba en 2002 con el consenso de PP y PSOE- era un buen instrumento para dejar a los terroristas sin apoyo institucional.

Pero en el año 2006 la Ley estaba bajo mínimos. Bajo la excusa del llamado 'Proceso de paz', el presidente Zapatero había enfriado el celo policial y judicial para conseguir un pacto con los terroristas.

Fuímos muchos los que mostramos nuestro desacuerdo con esa política. No con ánimo de crispar - acusación que tuvo que soportar todo aquél que mostró su discrepancia con el 'proceso de paz- y sí con una honesta y argumentada exposición de motivos para no tolerar al intolerante.
Inspirado en el filósofo Karl Popper, en lo que él llamó 'La paradoja de la tolerancia', esto es lo que escribí en aquellas fechas:





La paradoja de la tolerancia


Los dos grandes argumentos de la presentación en sociedad europea de la ETA institucional agarrada del brazo de Zapatero son: la similitud con el proceso irlandés y la tolerancia.

El primero es una argucia propagandística que se cae por su propio peso, como ya han demostrado muchos analistas: son dos conflictos distintos con el único nexo común del terror.
El segundo es que el llamado ‘proceso de paz’ es fruto de la tolerancia: el dialogo es el camino para la solución de los conflictos.


Nada más lejos de la intención de este escrito de rebatir esta idea. Pero sí de encontrar las razones que ayuden a hacer comprender que el dialogo y la tolerancia se pueden volver contra la parte más débil. Para ello me valdré de la sabiduría del filósofo vienés, muerto en 1993, Karl Popper (del que el premio Nóbel en Fisiología y Medicina el etólogo Konrad Lorenz dijo: ‘Es el hombre más inteligente que conozco, ¡que consuelo que todavía haya hombres como él’).
Popper era un gran defensor del dialogo: ‘Creo que tengo razón, pero yo puedo estar equivocado y ser usted quién tenga razón; en todo caso discutámoslo, pues de esta manera es mas probable que nos acerquemos a una verdadera comprensión que si meramente insistimos los dos en tener razón’. Impecable el planteamiento: no debemos encastillarnos en nuestras opiniones, debemos aplicar el beneficio de la duda y reconocer que al final de un dialogo podemos estar muy cercanos a los argumentos contrarios.
Pero Popper, al que no se le puede atacar de dogmático (‘pero justamente porque soy un liberal siento que pocas cosas son tan importantes para un liberal como someter las diversas teorías del liberalismo a un minucioso examen crítico’), entendía que la tolerancia tiene un limite y por ello refería 'la paradoja de la tolerancia':
“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender a una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.
Acto seguido decía que esto no significa que siempre debamos impedir la expresión de concepciones intolerantes, pero que hay situaciones en las que ‘Deberemos reclamar, en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución’.

¿Por el hecho de dejar de matar han dejado de ser intolerantes los etarras y los batasunos? ¡Ni mucho menos! Siguen siendo intolerantes porque no han dejado las armas, no han condenado la violencia y no dejarán nunca de amenazar e intimidar al no nacionalista.
Prestemos, pues, atención a la gente que no se deja cazar en la trampa del terrorismo con rostro humano. Como la socialista Maite Pagazaurtundúa, a quién ETA le mató un hermano, que en un reciente artículo escribía: ‘Y ahora que están débiles, fruto de la perseverancia democrática, pueden buscar astutamente que nosotros mismos degrademos los grandes principios, que nos desgarremos entre demócratas, que nos insensibilicemos ante las víctimas y que las dejemos a su suerte, con el duelo sin cerrar y estigmatizadas…’.

En definitiva, es muy saludable, como dicen los ingleses con un juego de palabras,cambiar las espadas (swords) por palabras (words). Es decir, podemos combatir los argumentos del contrario sin necesidad de matar a quién los expone.
Pero como decía Popper: ‘es imposible tener una discusión racional con un hombre que prefiere dispararme un balazo antes que ser convencido por mí’. ¿Se enterarán a tiempo los del llamado ‘proceso de paz’?

Miguel Aguado Hernández
Octubre de 2006