martes, 19 de mayo de 2009

Las Fuentes del Guadalfeo

Me informa mi amigo Antonio Reyes, que se va a celebarar la I Subida a las Fuentes del Guadalfeo. Son varias etapas a realizar algunos fines de semana durante los meses de Mayo, Junio y Julio.

Desde este Blog me sumo a la iniciativa de dar a conocer la importancia de nuestro río en la creación del paisaje de la Vega y en la conformación del paisanaje de Motril.

Aporto mi granito de arena -del Guadalfeo por supuesto- al éxito de la Subida, trayendo a estas páginas tres escritos publicados en el periódico El Faro. El primero hace dos años, lo dediqué al Papa Guadalfeo. El segundo es una adaptación de otro que publiqué a la semana sigiuiente ra. El tercero se publicó en el año 2006, con motivo de la última zafra de la Vega del Guadalfeo y tuve la satifacción de dedicarlo "a la memoria de dos motrileños, socarrones, con gracia a espuertas y, sobre todo, buenas personas: Pepe Hernández Díaz y Pepe Hernández Auger, hermano y primo hermano de mi madre (a ver si desde la misma gloria un día de estos me activan los genes del humor)".


El Papa Guadalfeo

Leo una noticia en elfarodigital que Salobreña va a hermosear la ribera del río Guadalfeo de su término municipal. Bien por los salobreñeros.

Antes se decía que los motrileños vivían de espaldas a su playa pero poco se ha hablado de la indiferencia hacia su río, a pesar de que todo lo que somos se lo debemos al Guadalfeo, padre de nuestra vega desde la Caleta de Salobreña a Torrenueva. Apenas se oyeron lamentos cuando las frondosas alamedas, refugio de miles de pajarillos y fauna terrestre desaparecieron y las riberas se convirtieron en dos defensivos muros. Como si solo nos interesara encerrar, como a viejo en asilo, a quien nos ha dado la vida.
Bien podríamos los motrileños hacer los honores al Guadalfeo, que durante siglos ha colmatado de aluviones la bahía, robándoles el agua salada a boquerones, sardinas, bogas y salmonetes…, para que esos fangos, en manos de los laboriosos agricultores moros, se convirtieran en ricos vergeles.
Pero es que además de darnos el agua para calmar la sed de nuestros resecos marjales, su cauce ha sido el cordón umbilical por donde Motril ha recibido gran parte de los genes de su población. Nombrar los ríos Grande y Chico de Bérchules, Cádiar, Trevélez, Poqueira, los tres de Órgiva, Dúrcal, Torrente , Izbor, Lánjaron, de la Toba, e incluso la Rambla de Molvízar, es nombrar a los cientos de emigrantes de estos pueblos y de su contorno (Valle de Lecrin, La Alpujarra, La Contraviesa, Los Guájares), que, siguiendo el curso del Guadalfeo por su riberas o caminado sobre su lecho, llegaron hasta la mar de Motril; y en enriquecedor mestizaje con los descendientes de los antiguos repobladores de la Reconquista -y algunos moriscos que se libraron de la deportación del siglo XVI y la expulsión del siguiente-, los catalanes del algodón, los pescadores llegados del poniente y del levante…, formar la ‘raza’ motrileña actual . ¡A mucha honra!

Algo habrá que hacer para festejar al patrón geológico de Motril. Y más sabiendo que pocos motrileños menores de treinta años han pisado sus arenas.
Un amigo peruano me cuenta que en los Andes los indígenas honran a la Pachamama, la madre-tierra, para agradecerle los alimentos que les da y pedirle prosperidad en todas las cosas que emprendan. El uno de agosto de cada año, los indios andinos -tras una serie de rituales que comienzan el día anterior- hacen un hoyo en los alrededores de la casa y colocan en él una olla de barro con comida cocida, y después ponen coca, yicta, alcohol, vino, cigarrillos, chicha y entierran todo para alimentar a la Pachamama.
Los motrileños, que nos gusta más una feria que al ‘tío de los caballicos’, podíamos celebrar en verano, fuera de las fiestas patronales, un festejo pagano para honrar al Papa Guadalfeo. Propongo, sin ánimo de que se me tome muy en serio, que se haga una romería por las cuestas de Pataura y Panata, a pie o a lomos de mulas, burros o caballos, hasta la antigua fuente de Don Alonso en el corazón de Tajo de los Vados; a la Garganta del Dragón -como la llamó Mármol Carvajal en el siglo XVI- donde se realizará la gran fiesta en honor del Papa Guadalfeo.
Por quien corresponda, que se coloquen unas rampas para que los asistentes puedan acceder al ‘plan’ del río. Que ese día se abra una compuerta de la cárcel de hormigón en que están encerrando al río en Rules y que su fría agua, corriendo libremente por el seco lecho, sirva para enfriar las garrafas de vino, las cervezas y refrescos (habrá que conseguir que alguien embotelle de nuevo la Sanitex). Que se pongan árboles encima de los desnudos encofrados de las riberas, aunque sean artificiales pinos navideños. Que se cuelguen altavoces que emitan los trinos de los desaparecidos pajarillos de las alamedas. Y como acto final, que un motrileño, que merezca tal honor, quite simbólicamente con una pala la arena que cubre una de las antiguas ‘campanas’ de las aguas ‘soberbias’ y allí vierta una botella de ron Montero y una arroba de vino de la Costa; y entierre un saquito de azúcar, dos boniatos, dos canutos de caña, tres ‘papas claustras’’, tres chirimoyos, tres aguacates...
En ese momento la Banda Municipal de Música -que tan importante fue cuando el río partió para Salobreña, como nos recordó Juanjo Escribano- interpretará ‘Así es mi Granada’ de Paquito Rodríguez, y todos los participantes, a modo de cómo lo hacen en los estadios deportivos con el ‘Güi-ar-de-champion’, entonarán la última estrofa ‘…orgullosos los claveles de la vega de Motril’, para conmover al Papa Guadalfeo y que, en un milagroso futuro, no nos deje sin claveles, sin vega y… sin playas.
(Marzo 2007)

Los venteros del Guadalfeo

Por la margen izquierda del río Guadalfeo, entre Vélez y Motril discurría un camino seco y pedregoso hasta que en los finales sesenta del siglo pasado se construyó la carretera asfaltada como vía principal en la unión de las dos ciudades y relegando a secundaria la que discurre por el túnel de la Gorgoracha y los ‘caracolillos’. Mi anterior escrito en alabanza del Papa Guadalfeo me ha traído dos evocaciones nostálgicas en los que están implicados sendos venteros de la vera del río.

ooooo000ooooo

El primer recuerdo me lleva a mis últimos años de niño y primeros de adolescente, cuando pasaba los veranos en el cortijo de mi abuela, en Pataura. Raro era el día que no me iba con mi amigo Antonio -me llevaba sus buenos veinte años y hoy, cincuenta después, mantenemos la amistad- a hacer las tareas del secano con las mulillas ‘Marquesa’ y ‘Sultana’. En uno de ellos habíamos ido a la Rambla de Panata a cargar unos sacos de almendras. Estábamos sentados bajo un algarrobo haciendo la pausa de la ‘jumá’ cuando Antonio me dijo, señalando un viejo olivo: “Ahí, al lado del árbol, estaba la venta de Frasco José. Era donde parábamos la gente de los Guájares antes de seguir el camino hacia Motril por las cuestas de Panata; o, cuando volvíamos, hacer un alto para comer algo antes de subir por el Guadalfeo hasta la Bernardilla y por el río de la Toba llegar al pueblo”.
A continuación, con música de chicharras como fondo, me contó lo que le sucedió en uno de esos viajes. Eran los años después de la guerra; su hermano y él habían salido de Fondón de madrugada con un burro para llevar pleitas y cabos de esparto a un comercio de Motril. Ya de vuelta, con el burro cargado de productos para un colmado del pueblo, se disponían a almorzar sentados en el chambao de la venta, cuando el animal se desplomó al suelo. Alarmados, se temieron lo peor. Frasco José les preguntó: ¿ha comido el animal? Los muchachos se miraron: uno por el otro no le habían puesto la paja y la cebada el día anterior. El ventero les pidió el único pan que llevaban, le vació una jarra de vino y lo puso en la boca del rucio, que lo comió con gana. Al poco el asno se levantó y unas horas mas tarde los dos muchachos llegaban al pueblo. Ellos cansados y hambrientos y el burro rebuznando (¿etílica alegría?), pero con la carga integra.
“Fueron años muy malos, Miguel, -me dijo Antonio, riéndose, al tiempo que desataba de un almendro los cabestros de las mulillas- pero estas cosas te hacen recordarlos con alegría”.

ooooo000ooooo

El otro recuerdo, de los mismos años, es de un día de asfixiante canícula en el que pedaleo con esfuerzo mi Orbea para llegar al cortijo a la hora de comer. De pronto noto, por el ‘llanteo’ de la rueda trasera, que el maldito mancaperros vuelve a vengarse de un ciclista por pisar su rastrera mata. Menos mal que a veces el diablo va y se pone de tu parte y a menos de cien metros, en el cruce que va al puente de hierro por el que cruza el Guadalfeo el camino de Lobres, Molvízar e Itrabo, está la ‘Choza del Aparato’. Es como una rudimentaria ‘estación de servicio’ donde se paran a ‘repostar’ la gente del campo, los trabajadores de la cercana fábrica de azúcar, lo obreros de las ‘campanas’ o los viajeros entre los pueblos de la cornisa y Motril. También se reparan las averías de las bicicletas, que son el único medio de transporte personal, aparte del semoviente.
José, su único habitante, llegó a aquel lugar poco después de la guerra y desde entonces vive allí como un eremita. Cuentan historias truculentas de su pasado: una huida de su lejano pueblo temiendo a la represión de la posguerra; una triste historia de desamor… Él no cuenta nada. Puede estar en los cuarenta, lustro arriba o abajo. Un pelo negro y despeinado corona un rostro triste y bonancible, dominado por unas marcadas cejas. Viste un mono azul de peto y tirantes, sin camisa. Me habla de forma pausada y amigable. A los pocos minutos la cámara esta inmersa en un cubo de agua, soltando burbujas por la tronera causada por el pincho.
Sentados en una desvencijada mesa de madera un guarda jurado y dos agricultores apuran unas macetas de vino. El del fusil me pregunta cordialmente por la abuela. Se suman los otros al interrogatorio. Yo contesto un poco turbado y para escabullirme de más preguntas salgo fuera y me entretengo viendo el artilugio de energía gratuita que ha ingeniado José. Para aprovechar la corriente de agua del cauce que pasa por la puerta de la choza, el habilidoso ventero ha construido, con unas paletas de madera, una rueda hidráulica, que aplicada a una dinamo de bicicleta produce la electricidad suficiente para que una bombilla ilumine la entrada de la choza.
Vuelvo al interior donde, en jaulas colgadas de las paredes de cañavera, tiene colorines, canarios, camachos, verderones… y lo más sorprendente: un par de gorriones que vuelan sueltos y vienen a comer a su mano.
Terminada, y abonada, la reparación, monto en mi bici y echo un vistazo a la rudimentaria maqueta de avioneta –‘el aparato’- que con su hélice movida por el viento corona el techo de la choza y que usa como ingenuo reclamo publicitario. Al tiempo que reinicio el pedaleo me doy cuenta que José -igual que tiempo antes, Antonio el mulero- ha entrado en el Olimpo de mis héroes infantiles.

ooooo000ooooo

Pocos días después de concluir estos relatos, volvía de Granada. Tras dejar atrás el Tajo de los Vados, me acordé de la Venta de ‘Frasco José’ y no pude evitar una sonrisa al imaginar al burro salir de la rambla de Panata, con un trotecillo sospechosamente alegre, perseguido por dos sudorosos muchachos. Un par de kilómetros más abajo, llegando al cruce de Lobres, contemplé el vuelo de una de las aves rapaces que últimamente surcan los cielos de la vega y creí ver al ‘Aparato’, que en pasadas rasantes buscaba la Choza de José para aterrizar en su techo.




Miguel Aguado Hernández
Marzo 2007

Aquello fue 'La Monda'

Estos, Fabio, ¡ay dolor!,
campos que son regadíos,
pronto los verás baldíos
y perderán el verdor
que dio a Motril esplendor.
En la última campaña
de la zafra de la caña,
recémosles el memento
y loemos al cemento
como hace toda España.

No vendrán los forasteros
cargados con sus jachuelas,
mujeres, niños y abuelas,
a ¿vivir? en los aperos
sus tres meses de monderos.
No se verán los chiquillos
acarreando turrillos,
ni la quema de las brozas,
ensuciará las terrazas.
¡Nadie hará ya los bardillos!

Ni el arriero de raza
a golpe de vara y taco
y alguna ayuda de Baco
llevará desde la haza
las cañas hasta la plaza.
No veremos acarretos
(burros, mulos y muletos)
cargando hasta los rabos
una montaña de cabos
solo con sus esqueletos.

Se van mil años de historia
de esta planta de la miel
que nos importó el infiel.
Sólo quedará memoria
en el Reloj de Vitoria.
¿Y en la fábrica El Pilar?:
aquí habrá que esperar
por más tiempo todavía
que la añorada autovía,
o que el tren hasta la mar.

En el mañana yo veo
el vergel hecho un desierto,
¡que esto ya me huele a muerto!
Y serás tu mausoleo,
¡ay! Vega del Guadalfeo.
¿De qué sirven los desvelos
en cuidar tanto tus suelos? :
de hormigón son tus marjales,
para dar cañas no vales,
ni de armiz ni raspacielos.

Pero que ningún listillo
diga que este litoral
ya no es Costa Tropical,
y la llame Del Ladrillo
de la Torre al Pelaillo.
¡No seas tonto, no te enteras!
-le diremos al turista-
¿es que eres corto de vista?:
¡los salves de cañaveras,
son cañas azucareras!

Y siguiendo la ilusión
llenaremos nuestra vega
de figurantes de pega
y caballos de cartón.
Y jartaremos de ron
al visitante avisado;
lo mantendremos tajado
para que el pobre no vea
que en Motril la chimenea,
solo es un decorado.

¡Para qué seguir el sueño!:
ya no veremos campañas,
ni chuparemos más cañas;
y aunque soy buen motrileño
no seguiré el vano empeño.
Aunque, si he de ser sincero,
como consuelo yo espero
que, si se extingue la caña,
no se pierda para España
el Ron Pálido Montero.


Miguel Aguado (Abril de 2006)

martes, 12 de mayo de 2009

Patriotismo comarcal


En los días que escribo estas líneas -inicio de la segunda quincena de Marzo- se esta gestando una asociación entre diversas agrupaciones empresariales y la Mancomunidad de Municipios de la Costa Tropical para gestionar unos fondos públicos destinados a Iniciativas de Turismo Sostenible.
Al parecer han surgido algunas divergencias entre la Junta de Andalucía, y la Mancomunidad y entre las tres villas principales de esta y las más pequeñas. Esperemos que todo quede resuelto satisfactoriamente ya que el futuro de los pueblos costeros pasa irremediablemente por su unión. No ha lugar a partidismos y banderías. Los dirigentes políticos deben hacer un esfuerzo para que prevalezca el bien de sus representados. Todos los habitantes de la comarca costera, sometida a la zozobra general del país, debemos tener claro que solo unidos podremos subsistir a la tormenta y retomar el rumbo que nos llevaba a ser una de las zonas más prósperas de España.

Después de esta seria y obligada reflexión quiero dar a las líneas que siguen un tono más festivo para bajar un poco el calor de la discusión y subir el de la ilusión. No tengo más pretensión de que en los habitantes de la Costa Tropical, crezca, o se afiance en los que ya lo tienen, el sentimiento de pertenencia a una comarca singular.
La verdad es que poco ayuda decir que uno es ciudadano de la MMCT (Mancomunidad de Municipios de la Costa Tropical). Tiene tan poca gracia como para los rusos decir que eran de la URSS. Ya se que por imperativo legal estas asociaciones comarcales se deben de llamar así, pero también ocurre con las Comunidades Autónomas y Asturias le ha colocado delante un ‘Principado de’ que queda muy chulo. Busquemos un nombre con rancio abolengo que nos de prestigio en todo el orbe.

Para los nostálgicos de la época nazarí podría ser el Iqlim del Sahil de la Cora de Elvira (Distrito de la Costa Marítima de la Provincia de Granada). Tendría un peculiar tufillo oriental con efecto embriagador para los amantes de nuestra historia agarena.

En la parte opuesta, para aquellos que son felices con el retorno de nuestra querida tierra al bando cristiano, se podría tomar prestado el nombre de una federación que, a finales del siglo XIII, formaron unos puertos y villas de la costa cántabra y vasca, la Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla y Vitoria (conocida también como Hermandad de las Marismas).Así nuestra comarca se llamaría Hermandad de la Villas de la Marina del Reino de Granada (¡toma ya!).

Los que no quieran elegir entre moros y cristianos podrán votar por la opción europea, que sería tomar el nombre de otra federación de puertos y ciudades que, también en el siglo XIII, nació en el mar Báltico: La Hansa o Liga hanseática. Vender nuestros productos hortofrutícolas y paquetes turísticos bajo el nombre de Hansa Tropical sonaría familiar a los clientes de los países nórdicos.

Una vez encontrado el nombre habría que buscar el gentilicio de los naturales. Yo me he fijado en dos naciones: Costa Rica y Costa de Marfil. Los provenientes de la primera son costarricenses y los de la segunda marfileños. Así que deberíamos optar entre costatropicalenses y tropicaleños. La verdad es que son mejorables. Claro que peor sería tropicano (los pareados que pueden hacer los graciosillos serían insoportables) y tropicana (suena demasiado a cabaret).
Vayan buscando los lectores como resolver la cuestión. Probablemente será perder el tiempo, pero en los tiempos de pesadumbre que corren puede ser saludable evadirse algunos minutillos de la maldita crisis. Además nuestro patriotismo comarcal no debe estar reñido con el sentido del humor. Que nos sea leve, queridos ¿costeños?, ¿tropiqueros?, ¿…?.

Miguel Aguado Hernández
Marzo de 2009