lunes, 15 de junio de 2009

SALVEMOS A LAS CABRAS













La semana pasada saltó a los medios locales, provinciales y hasta nacionales, la insólita noticia de una pacífica manifestación caprina ante el Ayuntamiento de Salobreña. Era la peculiar forma con la que protestaba el dueño del rebaño por una desproporcionada multa
Hace un año otro pastor de la Comarca también fue sometido a sanción administrativa y publiqué un alegato en defensa de la cabaña cabruna Tropical.

Salvemos a las cabras (Publicado en Mayo de 2008)

Cuando escribo estas líneas no se cual habrá sido el destino final de las cincuenta y cinco cabras sobre las que pende una sentencia de infructuosa muerte en Itrabo.
Vaya por delante que cumplir las normas sanitarias en la cría de ganado debe ser de estricto cumplimiento. No se puede ser laxo con la manipulación de productos como la leche de cabra que, sin pasteurizar, puede ser el vehículo de las ‘calenturas Malta’ una enfermedad infecciosa con alta prevalencia en esta zona hasta hace pocos años y que ha dejado doloroso recuerdo en los huesos y articulaciones de muchas personas con más de cuarenta años.

Dicho esto no puedo menos que expresar mi simpatía por todos los que se dedican a la cría y pastoreo de cabras. Tengo recuerdos infantiles de veranos cortijeros en los que muchos días acompañaba a los pastores a llevar el rebaño a pastar al monte. No eran frías y poéticas veladas como las de Gabriel y Galán - “he dormido en el monte esta noche con el niño que cuida mis vacas”- y sí tardes de asfixiante verano en las que, bajo la escasa sombra de un almendro en lo alto de un secanal, los pastores, con el fondo musical de un coro de chicharras, me contaban historias de los hombres de la sierra o de las penalidades que algún pariente sufría en una guerra silenciada que se libraba en un lugar de África llamado Sidi Ifni.
Subiendo y bajando barranqueras aprendí a trenzar esparto, a manejar ondas, a chiflar a la chota que se aleja del hato, a tirar piedras ‘a mano pastor’ a la cabra que se come los brotes de un plantón de almendro. Había rubias malagueñas, negras granaínas; otras de capas nevadas o mezcladas que podrían ser payotas o floridas; dos o tres berreantes machos con su fofa boina y su casto braguero; y los chotos recién paridos colgados en los hombros del pastor. De vez en cuando una ‘manflorita’ ponía la nota exótica en la manada.

Ya en mi época moza supe que uno de las señales identificadoras de Motril -y de toda la comarca de la Costa- era la cultura gastronómica chotera. Desde la rambla de Huarea hasta el barranco de Cantarriján, por cortijos y pueblos de la cornisa costera, he tenido ocasión de saborear la carne de cabrito aliñada con los más variados ingredientes.
Hace casi veinte años un amigo mío compuso unas letrillas carnavaleras en las que decía que, al contrario que los granaínos con su Alhambra, los motrileños “no tenemos monumentos para hacerle una canción/ le cantaremos al vino, al choto y a nuestro ron”. Dicen que en tiempos remotos el vino del pago de Magalite era apreciado hasta en la mismísima Roma Imperial, y son harto conocidos los versos de Quevedo que señalaban la importancia de nuestra producción azucarera (‘si pan de azúcar, en Motril te encajo’). Pero los tiempos han cambiado: el vino de origen motrileño, a pesar de buenos viticultores y enólogos aficionados, ya no sorprende a ningún imperio y las melazas de caña para elaborar el ron ya no ‘encajan’ en el Motril quevedesco, si no que proviene de lejanos cañaverales asiáticos o caribeños.

Solo nos queda el choto. La noticia de que un pastor ha tenido que refugiarse en el pueblo porque su ganado no puede comer en el campo -con el consiguiente enojo de los vecinos y la drástica sanción de las autoridades gubernativas- no es nada buena. Con la ingente cantidad de euros que se malgastan en subvenciones estériles, bien se podían dedicar algunos a que no se aburran los pastores y desaparezca la cabaña caprina autóctona. ¿Se imaginan que se perdiera la más auténtica tradición de la Costa Tropical?: “El domingo choto en el cortijo y de postre, un rentoy”.
Sería un desastre: salvemos a las cabras.

Mayo de 2008

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