
Al redactar este escrito no se quién será el ganador de las elecciones americanas. Todos los pronósticos dan vencedor a Obama para alegría del gobierno, de señalados líderes populares y de muchos antinorteamericanos que creen que el candidato demócrata va a tirar piedras sobre su propio tejado o va a escupir para arriba.
Aquí no pretendo valorar lo que es mejor para el mundo, si la victoria de Obama o McCain. Hay ya innumerables analistas que inundan los medios de opiniones más o menos objetivas y también, cómo no, de solemnes memeces.
Lo que si parece claro es que, una vez que cualquiera de los dos candidatos ejerza el poder, tendrá bajo su mando la nación más poderosa de la tierra y que muchas de las promesas electorales serán aparcadas en aras de la realpolitik. Es de desear que el próximo presidente tenga la inspiración suficiente para gobernar con acierto a su país y liderar una política internacional que ponga en camino de solución los problemas económicos y bélicos que atribulan al mundo. God bless America.
Hoy quiero dedicar mis líneas a resaltar un hecho histórico de gran calado (si se confirman las encuestas): que el primer presidente negro pise la Casa Blanca, después de algo más de quinientos años que el primer esclavo negro pisara tierras americanas.
Nos cabe a españoles y portugueses el dudoso honor de ser los primeros en iniciar el tráfico negrero hacia América. Lo que no es óbice para poner al mismo nivel, en esta macabra orla, a las otras potencias colonizadoras, Inglaterra, Francia y Holanda. Y tampoco dejar fuera de este vergonzoso podio a los países musulmanes africanos, que ya comerciaban con esclavos negros muchos siglos antes del Descubrimiento.
Esto no quiere decir que estas pretéritas acciones, que nos parecen ominosas, sirvan para culpabilizar, como algunos pretenden, a las generaciones actuales. No me imagino a un soriano acusando a Berlusconi de genocida por la que le hizo Escipión el Africano a los numantinos.
Desde su llegada a tierras americanas, los esclavos negros lucharon por su libertad. Ya en el primer tercio del siglo XVI algunos grupos iniciaron revueltas cruelmente reprimidas. Pero fue a mediados de siglo cuando, en distintos virreinatos españoles y portugueses, esclavos rebeldes arrancaron sus cadenas y en lugares montañosos o rodeados de inextricables selvas, se agruparon en palenques o quilombos. Algunos cimarrones -pues así les llamaron- alcanzaron notoriedad. Como Bayano (Bayomo para Caro Baroja), en lo que es hoy Panamá y el Negro Miguel en la actual Venezuela. El primero fue engañado y apresado por Pedro de Ursúa. Desterrado a España, vivió sus últimos años en Sevilla, subsistiendo con una paga real. La historia del segundo es más novelesca. Mató al amo que lo maltrataba, insurreccionó a un puñado de negros, se internó en las selvas de Buría y creó un reino donde él era el rey, su esposa Guiomar la reina, y su hijo el príncipe heredero. Nombró ministros y hasta invistió a uno de los suyos como Obispo. El reinado acabó trágicamente, dos años mas tarde, al morir el rey negro Miguel en el asalto a la ciudad venezolana de Barquimiseto.
De confirmase la elección de Obama a la presidencia USA -algo más que la regencia del pobre Miguel-, nos tenemos que felicitar todos porque se cierran simbólicamente cinco siglos de humillaciones. ¡Ah! y porque, el negro Barak, habrá llegado a la presidencia con un envidiable expediente académico en la Universidad de Harvard, una brillante carrera política y tras ganar por mérito propio las primarias a la blanca Hillary. O sea, sin haber ocupado por cuota su candidatura por pertenecer a un sector marginado.
Miguel Aguado Hernández
Noviembre de 2008.
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