Es sabida la gran popularidad que tienen en todo el orbe los equipos de fútbol del Real Madrid y Barcelona. No es raro ver a chicos y mayores con las camisetas de sus ídolos preferidos o con las insignias de estos equipos en otras prendas deportivas y objetos. Es menos sabido que en algunos países árabes las autoridades, llevadas por un extremado celo religioso, solo permiten la venta de los productos que llevan el escudo del BarÇa si ha sido sometido a cirugía estética. Es decir, si se le ha cambiado la cruz roja sobre fondo blanco del cuartel superior derecho por una sola banda vertical. La cruz de San Jordi se ha convertido en una barra laica.
Muchos líderes religiosos musulmanes han dejado muy claro que no están de acuerdo con esta práctica y que les parece un signo de intolerancia que ellos no aprueban. Menos mal.
En nuestro país, un tribunal de Valladolid, ha ordenado la retirada de los crucifijos de un colegio público. La noticia ha provocado disparidad de opiniones, aún dentro del PSOE. Mientras que el Vicesecretario General, al mismo tiempo que se declaraba creyente, aprobaba la sentencia, la Ministra de Educación afirmaba (si no se desdice en las próximas horas) que la presencia de cruces o no en una institución educativa pública debe depender del Consejo Escolar de cada centro. Esto nos da la idea de que en estos asuntos hay que ser muy cautos y prudentes. La Constitución Española en el Artículo 16, apartado 3 dice: ‘Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones’. Según esto, los que reclaman una escuela pública laica están en su derecho y hay que respetarlos. Pero no más que a los que exigen a los poderes públicos cooperación con la religión católica (por si se olvida cuatro de cada cinco españoles se declaran católicos). Habrá que buscar un sano equilibrio.
Los italianos resolvieron este dilema hace dos años. El Consejo de Estado dictó una sentencia en la que señalaba que el crucifijo es un signo que no discrimina, sino que une; no ofende porque “es una síntesis, inmediatamente perceptible y aceptable, de los valores civilmente relevantes, valores sobre los que se sostiene e inspira nuestro orden constitucional, fundamento de nuestra convivencia civil (...). Valores que han impregnado nuestras tradiciones, el modo de vida, la cultura del pueblo italiano”.
Deja bastante claro que es un bien cultural que difícilmente puede ser nocivo. Todo lo contrario que el tribunal vallisoletano, que fundamenta su sentencia que “en la fase de formación de la personalidad de los jóvenes la enseñanza influye decisivamente en su futuro comportamiento respecto de creencias e inclinaciones” y que “nadie puede sentir que, por motivos religiosos, el Estado le es más o menos próximo que a sus conciudadanos”. Respetables argumentos, pero no compartidos.
De triunfar, tal cual, esta doctrina en instancias superiores, pudiera dar lugar a que los más acérrimos laicistas se aferraran a ella sin temor a hacer el ridículo. Un laicista de Oviedo podría exigir que el gobierno del Principado no lo discrimine con la bandera ya que el elemento principal de la misma es la Cruz de la Victoria (con las letras alfa y omega bíblicas colgando de sus brazos). O un profesor de geografía, al citar algún topónimo que tenga la Cruz como referente, tendría que aplicarse la autocensura al modo que se hace en las grabaciones cuando hay que eliminar un taco o una expresión malsonante, para no influir en los tiernos oídos de los infantes. ¿Se imagina el lector una clase de estas? Diría el profesor: “En la Comunidad de Murcia es muy célebre la ciudad de Caravaca de la ¡Piiii!...”; o: “la capital de una de las Islas Canarias es ¡Piiii! ¡Piiii! de Tenerife”. Multiplíquense estos ejemplos por todos los que hay en la geografía nacional. Para que hablar del pobre profesor de historia explicando la Reconquista.
Dicen -¡oh sorpresa!- que la hija de uno de los promotores de la retirada de los crucifijos en el colegio vallisoletano interpreta a la Virgen María en la función navideña. No lo doy por cierto. Aunque de cosas más raras somos testigos. Es que no tenemos apaño.
Miguel Aguado Hernández
Noviembre de 2008
miércoles, 7 de enero de 2009
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