Para cerrar el pasado año, hice una selección de algunos de mis escritos publicados en El Faro en los 11 meses anteriores. El actual, año de la crisis, lo voy a concluir con una síntesis de dos colaboraciones que escribí, en el periódico, allá por el mes de Enero.
En la primera (‘Economía en dos tardes’) llamaba la atención sobre las pésimas noticias que se publicaban de la tormenta que se cernía sobre la economía española. Al final incluso me atrevía a elevar la magnitud del fenómeno a tsunami.
A la semana siguiente (‘Dos tardes… y quinientas noches’) tuve que volver al tema, al comprobar que al presidente del gobierno desterraba al ostracismo por antipatriotas a los que mentaran la palabra crisis: eran unos alarmistas. Justificaba su ataque en que ‘la desconfianza no alienta las inversiones, el miedo no es la base de la prosperidad’ y que ‘el pesimismo nos hace ir al sitio equivocado’, según sus propias palabras.
Después de exponer, en mi descargo, que los datos que yo había tomado en cuenta (PIB, ICC, IPC) eran los publicados por los propios organismos oficiales, busqué la respuesta a mi error de apreciación. Sorprendentemente, esta estaba en una comparencia del ministro Solbes, ante los diputados de la Comisión de Economía del Congreso, en la que dijo, con rostro impasible, que la bonanza de la economía española quedaba acreditada “paseando por los bares de Madrid o Barcelona, por las autopistas los fines de semana o por cualquier centro comercial, y ver las colas que se han producido en las recientes fechas (navideñas) para comprar cosas” (sic).
Viendo el aire festivo con que los dos mandatarios se tomaban lo que ya para muchos era una enorme vía de agua que acabaría hundiendo la economía (¿Se acuerdan del debate Pizarro-Solbes?), me atreví a darle un toque de irónico humor a mi escrito: “Olvídense de los índices que valoraban la economía española -escribí entonces- porque, según están las cosas, pueden generar desconfianza o meter miedo a los inversores, y tengan fe en los nuevos parámetros que dan la auténtica idea de la riqueza de los ciudadanos”. Propuse cambiar el Producto Interior Bruto (PIB) por el IPTBBM (Índice de Producción de Tapas en los Bares de Barcelona y Madrid) por ser una medida muy alegre y optimista que causaría un efecto embriagador en los inversores; el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) por el ICCCC (Índice de Carritos de la Compra en los Centros Comerciales), medida, como todo el mundo sabe, mucho más fiable; o el Índice de Precios de Consumo (IPC) por el IDD (Índice del Dominguero) para que el inversor se percatara que los españoles se tiraban a las autopistas los fines de semana, sin importarles un carajo el precio del barril de petróleo. Aunque había motivos suficientes para la pesadumbre, la actitud gubernamental movía a la risa.
Solo once meses después queda poco margen para el humor, aunque ya poca gente duda que Solbes, Sebastián y Zapatero, que negaron con tozudez la crisis, estaban validando la Ley de Evans (según Murphy): “Si alguien consigue mantener la calma cuando todo el mundo pierde la cabeza, entonces es que no se entera del problema”.
Es Navidad. Deseo Felices Pascuas a todos los hombres -y mujeres- de buena voluntad (y algunillos de los que carezcan de ella). He pedido, en mi carta a los Reyes Magos, los mayores éxitos para los tres responsables de la economía española -lo contrario sería suicida-, a la hora de encontrar soluciones. Pero por favor, que Solbes se olvide de medir a cuartas y pesar con la romana; que Sebastián haga algo más que regalarnos bombillas; y que Zapatero tome medidas más eficientes que las pródigas y muníficas aprobadas hasta ahora. Espero que Sus Majestades no nos traigan carbón.
Miguel Aguado Hernández (Diciembre 2008)
jueves, 22 de enero de 2009
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