miércoles, 1 de julio de 2009

La sentencia del Tribunal de Estrasburgo

Hace unos días, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha dictado una contundente sentencia en la que ratifica las emitidas por los Tribunales Supremo y Contitucional españoles que excluían del juego democrático a los partidos que apoyan a ETA.

Esta resolución viene a confirmar que la Ley de Partidos -aprobaba en 2002 con el consenso de PP y PSOE- era un buen instrumento para dejar a los terroristas sin apoyo institucional.

Pero en el año 2006 la Ley estaba bajo mínimos. Bajo la excusa del llamado 'Proceso de paz', el presidente Zapatero había enfriado el celo policial y judicial para conseguir un pacto con los terroristas.

Fuímos muchos los que mostramos nuestro desacuerdo con esa política. No con ánimo de crispar - acusación que tuvo que soportar todo aquél que mostró su discrepancia con el 'proceso de paz- y sí con una honesta y argumentada exposición de motivos para no tolerar al intolerante.
Inspirado en el filósofo Karl Popper, en lo que él llamó 'La paradoja de la tolerancia', esto es lo que escribí en aquellas fechas:





La paradoja de la tolerancia


Los dos grandes argumentos de la presentación en sociedad europea de la ETA institucional agarrada del brazo de Zapatero son: la similitud con el proceso irlandés y la tolerancia.

El primero es una argucia propagandística que se cae por su propio peso, como ya han demostrado muchos analistas: son dos conflictos distintos con el único nexo común del terror.
El segundo es que el llamado ‘proceso de paz’ es fruto de la tolerancia: el dialogo es el camino para la solución de los conflictos.


Nada más lejos de la intención de este escrito de rebatir esta idea. Pero sí de encontrar las razones que ayuden a hacer comprender que el dialogo y la tolerancia se pueden volver contra la parte más débil. Para ello me valdré de la sabiduría del filósofo vienés, muerto en 1993, Karl Popper (del que el premio Nóbel en Fisiología y Medicina el etólogo Konrad Lorenz dijo: ‘Es el hombre más inteligente que conozco, ¡que consuelo que todavía haya hombres como él’).
Popper era un gran defensor del dialogo: ‘Creo que tengo razón, pero yo puedo estar equivocado y ser usted quién tenga razón; en todo caso discutámoslo, pues de esta manera es mas probable que nos acerquemos a una verdadera comprensión que si meramente insistimos los dos en tener razón’. Impecable el planteamiento: no debemos encastillarnos en nuestras opiniones, debemos aplicar el beneficio de la duda y reconocer que al final de un dialogo podemos estar muy cercanos a los argumentos contrarios.
Pero Popper, al que no se le puede atacar de dogmático (‘pero justamente porque soy un liberal siento que pocas cosas son tan importantes para un liberal como someter las diversas teorías del liberalismo a un minucioso examen crítico’), entendía que la tolerancia tiene un limite y por ello refería 'la paradoja de la tolerancia':
“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender a una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.
Acto seguido decía que esto no significa que siempre debamos impedir la expresión de concepciones intolerantes, pero que hay situaciones en las que ‘Deberemos reclamar, en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución’.

¿Por el hecho de dejar de matar han dejado de ser intolerantes los etarras y los batasunos? ¡Ni mucho menos! Siguen siendo intolerantes porque no han dejado las armas, no han condenado la violencia y no dejarán nunca de amenazar e intimidar al no nacionalista.
Prestemos, pues, atención a la gente que no se deja cazar en la trampa del terrorismo con rostro humano. Como la socialista Maite Pagazaurtundúa, a quién ETA le mató un hermano, que en un reciente artículo escribía: ‘Y ahora que están débiles, fruto de la perseverancia democrática, pueden buscar astutamente que nosotros mismos degrademos los grandes principios, que nos desgarremos entre demócratas, que nos insensibilicemos ante las víctimas y que las dejemos a su suerte, con el duelo sin cerrar y estigmatizadas…’.

En definitiva, es muy saludable, como dicen los ingleses con un juego de palabras,cambiar las espadas (swords) por palabras (words). Es decir, podemos combatir los argumentos del contrario sin necesidad de matar a quién los expone.
Pero como decía Popper: ‘es imposible tener una discusión racional con un hombre que prefiere dispararme un balazo antes que ser convencido por mí’. ¿Se enterarán a tiempo los del llamado ‘proceso de paz’?

Miguel Aguado Hernández
Octubre de 2006

lunes, 15 de junio de 2009

SALVEMOS A LAS CABRAS













La semana pasada saltó a los medios locales, provinciales y hasta nacionales, la insólita noticia de una pacífica manifestación caprina ante el Ayuntamiento de Salobreña. Era la peculiar forma con la que protestaba el dueño del rebaño por una desproporcionada multa
Hace un año otro pastor de la Comarca también fue sometido a sanción administrativa y publiqué un alegato en defensa de la cabaña cabruna Tropical.

Salvemos a las cabras (Publicado en Mayo de 2008)

Cuando escribo estas líneas no se cual habrá sido el destino final de las cincuenta y cinco cabras sobre las que pende una sentencia de infructuosa muerte en Itrabo.
Vaya por delante que cumplir las normas sanitarias en la cría de ganado debe ser de estricto cumplimiento. No se puede ser laxo con la manipulación de productos como la leche de cabra que, sin pasteurizar, puede ser el vehículo de las ‘calenturas Malta’ una enfermedad infecciosa con alta prevalencia en esta zona hasta hace pocos años y que ha dejado doloroso recuerdo en los huesos y articulaciones de muchas personas con más de cuarenta años.

Dicho esto no puedo menos que expresar mi simpatía por todos los que se dedican a la cría y pastoreo de cabras. Tengo recuerdos infantiles de veranos cortijeros en los que muchos días acompañaba a los pastores a llevar el rebaño a pastar al monte. No eran frías y poéticas veladas como las de Gabriel y Galán - “he dormido en el monte esta noche con el niño que cuida mis vacas”- y sí tardes de asfixiante verano en las que, bajo la escasa sombra de un almendro en lo alto de un secanal, los pastores, con el fondo musical de un coro de chicharras, me contaban historias de los hombres de la sierra o de las penalidades que algún pariente sufría en una guerra silenciada que se libraba en un lugar de África llamado Sidi Ifni.
Subiendo y bajando barranqueras aprendí a trenzar esparto, a manejar ondas, a chiflar a la chota que se aleja del hato, a tirar piedras ‘a mano pastor’ a la cabra que se come los brotes de un plantón de almendro. Había rubias malagueñas, negras granaínas; otras de capas nevadas o mezcladas que podrían ser payotas o floridas; dos o tres berreantes machos con su fofa boina y su casto braguero; y los chotos recién paridos colgados en los hombros del pastor. De vez en cuando una ‘manflorita’ ponía la nota exótica en la manada.

Ya en mi época moza supe que uno de las señales identificadoras de Motril -y de toda la comarca de la Costa- era la cultura gastronómica chotera. Desde la rambla de Huarea hasta el barranco de Cantarriján, por cortijos y pueblos de la cornisa costera, he tenido ocasión de saborear la carne de cabrito aliñada con los más variados ingredientes.
Hace casi veinte años un amigo mío compuso unas letrillas carnavaleras en las que decía que, al contrario que los granaínos con su Alhambra, los motrileños “no tenemos monumentos para hacerle una canción/ le cantaremos al vino, al choto y a nuestro ron”. Dicen que en tiempos remotos el vino del pago de Magalite era apreciado hasta en la mismísima Roma Imperial, y son harto conocidos los versos de Quevedo que señalaban la importancia de nuestra producción azucarera (‘si pan de azúcar, en Motril te encajo’). Pero los tiempos han cambiado: el vino de origen motrileño, a pesar de buenos viticultores y enólogos aficionados, ya no sorprende a ningún imperio y las melazas de caña para elaborar el ron ya no ‘encajan’ en el Motril quevedesco, si no que proviene de lejanos cañaverales asiáticos o caribeños.

Solo nos queda el choto. La noticia de que un pastor ha tenido que refugiarse en el pueblo porque su ganado no puede comer en el campo -con el consiguiente enojo de los vecinos y la drástica sanción de las autoridades gubernativas- no es nada buena. Con la ingente cantidad de euros que se malgastan en subvenciones estériles, bien se podían dedicar algunos a que no se aburran los pastores y desaparezca la cabaña caprina autóctona. ¿Se imaginan que se perdiera la más auténtica tradición de la Costa Tropical?: “El domingo choto en el cortijo y de postre, un rentoy”.
Sería un desastre: salvemos a las cabras.

Mayo de 2008

martes, 19 de mayo de 2009

Las Fuentes del Guadalfeo

Me informa mi amigo Antonio Reyes, que se va a celebarar la I Subida a las Fuentes del Guadalfeo. Son varias etapas a realizar algunos fines de semana durante los meses de Mayo, Junio y Julio.

Desde este Blog me sumo a la iniciativa de dar a conocer la importancia de nuestro río en la creación del paisaje de la Vega y en la conformación del paisanaje de Motril.

Aporto mi granito de arena -del Guadalfeo por supuesto- al éxito de la Subida, trayendo a estas páginas tres escritos publicados en el periódico El Faro. El primero hace dos años, lo dediqué al Papa Guadalfeo. El segundo es una adaptación de otro que publiqué a la semana sigiuiente ra. El tercero se publicó en el año 2006, con motivo de la última zafra de la Vega del Guadalfeo y tuve la satifacción de dedicarlo "a la memoria de dos motrileños, socarrones, con gracia a espuertas y, sobre todo, buenas personas: Pepe Hernández Díaz y Pepe Hernández Auger, hermano y primo hermano de mi madre (a ver si desde la misma gloria un día de estos me activan los genes del humor)".


El Papa Guadalfeo

Leo una noticia en elfarodigital que Salobreña va a hermosear la ribera del río Guadalfeo de su término municipal. Bien por los salobreñeros.

Antes se decía que los motrileños vivían de espaldas a su playa pero poco se ha hablado de la indiferencia hacia su río, a pesar de que todo lo que somos se lo debemos al Guadalfeo, padre de nuestra vega desde la Caleta de Salobreña a Torrenueva. Apenas se oyeron lamentos cuando las frondosas alamedas, refugio de miles de pajarillos y fauna terrestre desaparecieron y las riberas se convirtieron en dos defensivos muros. Como si solo nos interesara encerrar, como a viejo en asilo, a quien nos ha dado la vida.
Bien podríamos los motrileños hacer los honores al Guadalfeo, que durante siglos ha colmatado de aluviones la bahía, robándoles el agua salada a boquerones, sardinas, bogas y salmonetes…, para que esos fangos, en manos de los laboriosos agricultores moros, se convirtieran en ricos vergeles.
Pero es que además de darnos el agua para calmar la sed de nuestros resecos marjales, su cauce ha sido el cordón umbilical por donde Motril ha recibido gran parte de los genes de su población. Nombrar los ríos Grande y Chico de Bérchules, Cádiar, Trevélez, Poqueira, los tres de Órgiva, Dúrcal, Torrente , Izbor, Lánjaron, de la Toba, e incluso la Rambla de Molvízar, es nombrar a los cientos de emigrantes de estos pueblos y de su contorno (Valle de Lecrin, La Alpujarra, La Contraviesa, Los Guájares), que, siguiendo el curso del Guadalfeo por su riberas o caminado sobre su lecho, llegaron hasta la mar de Motril; y en enriquecedor mestizaje con los descendientes de los antiguos repobladores de la Reconquista -y algunos moriscos que se libraron de la deportación del siglo XVI y la expulsión del siguiente-, los catalanes del algodón, los pescadores llegados del poniente y del levante…, formar la ‘raza’ motrileña actual . ¡A mucha honra!

Algo habrá que hacer para festejar al patrón geológico de Motril. Y más sabiendo que pocos motrileños menores de treinta años han pisado sus arenas.
Un amigo peruano me cuenta que en los Andes los indígenas honran a la Pachamama, la madre-tierra, para agradecerle los alimentos que les da y pedirle prosperidad en todas las cosas que emprendan. El uno de agosto de cada año, los indios andinos -tras una serie de rituales que comienzan el día anterior- hacen un hoyo en los alrededores de la casa y colocan en él una olla de barro con comida cocida, y después ponen coca, yicta, alcohol, vino, cigarrillos, chicha y entierran todo para alimentar a la Pachamama.
Los motrileños, que nos gusta más una feria que al ‘tío de los caballicos’, podíamos celebrar en verano, fuera de las fiestas patronales, un festejo pagano para honrar al Papa Guadalfeo. Propongo, sin ánimo de que se me tome muy en serio, que se haga una romería por las cuestas de Pataura y Panata, a pie o a lomos de mulas, burros o caballos, hasta la antigua fuente de Don Alonso en el corazón de Tajo de los Vados; a la Garganta del Dragón -como la llamó Mármol Carvajal en el siglo XVI- donde se realizará la gran fiesta en honor del Papa Guadalfeo.
Por quien corresponda, que se coloquen unas rampas para que los asistentes puedan acceder al ‘plan’ del río. Que ese día se abra una compuerta de la cárcel de hormigón en que están encerrando al río en Rules y que su fría agua, corriendo libremente por el seco lecho, sirva para enfriar las garrafas de vino, las cervezas y refrescos (habrá que conseguir que alguien embotelle de nuevo la Sanitex). Que se pongan árboles encima de los desnudos encofrados de las riberas, aunque sean artificiales pinos navideños. Que se cuelguen altavoces que emitan los trinos de los desaparecidos pajarillos de las alamedas. Y como acto final, que un motrileño, que merezca tal honor, quite simbólicamente con una pala la arena que cubre una de las antiguas ‘campanas’ de las aguas ‘soberbias’ y allí vierta una botella de ron Montero y una arroba de vino de la Costa; y entierre un saquito de azúcar, dos boniatos, dos canutos de caña, tres ‘papas claustras’’, tres chirimoyos, tres aguacates...
En ese momento la Banda Municipal de Música -que tan importante fue cuando el río partió para Salobreña, como nos recordó Juanjo Escribano- interpretará ‘Así es mi Granada’ de Paquito Rodríguez, y todos los participantes, a modo de cómo lo hacen en los estadios deportivos con el ‘Güi-ar-de-champion’, entonarán la última estrofa ‘…orgullosos los claveles de la vega de Motril’, para conmover al Papa Guadalfeo y que, en un milagroso futuro, no nos deje sin claveles, sin vega y… sin playas.
(Marzo 2007)

Los venteros del Guadalfeo

Por la margen izquierda del río Guadalfeo, entre Vélez y Motril discurría un camino seco y pedregoso hasta que en los finales sesenta del siglo pasado se construyó la carretera asfaltada como vía principal en la unión de las dos ciudades y relegando a secundaria la que discurre por el túnel de la Gorgoracha y los ‘caracolillos’. Mi anterior escrito en alabanza del Papa Guadalfeo me ha traído dos evocaciones nostálgicas en los que están implicados sendos venteros de la vera del río.

ooooo000ooooo

El primer recuerdo me lleva a mis últimos años de niño y primeros de adolescente, cuando pasaba los veranos en el cortijo de mi abuela, en Pataura. Raro era el día que no me iba con mi amigo Antonio -me llevaba sus buenos veinte años y hoy, cincuenta después, mantenemos la amistad- a hacer las tareas del secano con las mulillas ‘Marquesa’ y ‘Sultana’. En uno de ellos habíamos ido a la Rambla de Panata a cargar unos sacos de almendras. Estábamos sentados bajo un algarrobo haciendo la pausa de la ‘jumá’ cuando Antonio me dijo, señalando un viejo olivo: “Ahí, al lado del árbol, estaba la venta de Frasco José. Era donde parábamos la gente de los Guájares antes de seguir el camino hacia Motril por las cuestas de Panata; o, cuando volvíamos, hacer un alto para comer algo antes de subir por el Guadalfeo hasta la Bernardilla y por el río de la Toba llegar al pueblo”.
A continuación, con música de chicharras como fondo, me contó lo que le sucedió en uno de esos viajes. Eran los años después de la guerra; su hermano y él habían salido de Fondón de madrugada con un burro para llevar pleitas y cabos de esparto a un comercio de Motril. Ya de vuelta, con el burro cargado de productos para un colmado del pueblo, se disponían a almorzar sentados en el chambao de la venta, cuando el animal se desplomó al suelo. Alarmados, se temieron lo peor. Frasco José les preguntó: ¿ha comido el animal? Los muchachos se miraron: uno por el otro no le habían puesto la paja y la cebada el día anterior. El ventero les pidió el único pan que llevaban, le vació una jarra de vino y lo puso en la boca del rucio, que lo comió con gana. Al poco el asno se levantó y unas horas mas tarde los dos muchachos llegaban al pueblo. Ellos cansados y hambrientos y el burro rebuznando (¿etílica alegría?), pero con la carga integra.
“Fueron años muy malos, Miguel, -me dijo Antonio, riéndose, al tiempo que desataba de un almendro los cabestros de las mulillas- pero estas cosas te hacen recordarlos con alegría”.

ooooo000ooooo

El otro recuerdo, de los mismos años, es de un día de asfixiante canícula en el que pedaleo con esfuerzo mi Orbea para llegar al cortijo a la hora de comer. De pronto noto, por el ‘llanteo’ de la rueda trasera, que el maldito mancaperros vuelve a vengarse de un ciclista por pisar su rastrera mata. Menos mal que a veces el diablo va y se pone de tu parte y a menos de cien metros, en el cruce que va al puente de hierro por el que cruza el Guadalfeo el camino de Lobres, Molvízar e Itrabo, está la ‘Choza del Aparato’. Es como una rudimentaria ‘estación de servicio’ donde se paran a ‘repostar’ la gente del campo, los trabajadores de la cercana fábrica de azúcar, lo obreros de las ‘campanas’ o los viajeros entre los pueblos de la cornisa y Motril. También se reparan las averías de las bicicletas, que son el único medio de transporte personal, aparte del semoviente.
José, su único habitante, llegó a aquel lugar poco después de la guerra y desde entonces vive allí como un eremita. Cuentan historias truculentas de su pasado: una huida de su lejano pueblo temiendo a la represión de la posguerra; una triste historia de desamor… Él no cuenta nada. Puede estar en los cuarenta, lustro arriba o abajo. Un pelo negro y despeinado corona un rostro triste y bonancible, dominado por unas marcadas cejas. Viste un mono azul de peto y tirantes, sin camisa. Me habla de forma pausada y amigable. A los pocos minutos la cámara esta inmersa en un cubo de agua, soltando burbujas por la tronera causada por el pincho.
Sentados en una desvencijada mesa de madera un guarda jurado y dos agricultores apuran unas macetas de vino. El del fusil me pregunta cordialmente por la abuela. Se suman los otros al interrogatorio. Yo contesto un poco turbado y para escabullirme de más preguntas salgo fuera y me entretengo viendo el artilugio de energía gratuita que ha ingeniado José. Para aprovechar la corriente de agua del cauce que pasa por la puerta de la choza, el habilidoso ventero ha construido, con unas paletas de madera, una rueda hidráulica, que aplicada a una dinamo de bicicleta produce la electricidad suficiente para que una bombilla ilumine la entrada de la choza.
Vuelvo al interior donde, en jaulas colgadas de las paredes de cañavera, tiene colorines, canarios, camachos, verderones… y lo más sorprendente: un par de gorriones que vuelan sueltos y vienen a comer a su mano.
Terminada, y abonada, la reparación, monto en mi bici y echo un vistazo a la rudimentaria maqueta de avioneta –‘el aparato’- que con su hélice movida por el viento corona el techo de la choza y que usa como ingenuo reclamo publicitario. Al tiempo que reinicio el pedaleo me doy cuenta que José -igual que tiempo antes, Antonio el mulero- ha entrado en el Olimpo de mis héroes infantiles.

ooooo000ooooo

Pocos días después de concluir estos relatos, volvía de Granada. Tras dejar atrás el Tajo de los Vados, me acordé de la Venta de ‘Frasco José’ y no pude evitar una sonrisa al imaginar al burro salir de la rambla de Panata, con un trotecillo sospechosamente alegre, perseguido por dos sudorosos muchachos. Un par de kilómetros más abajo, llegando al cruce de Lobres, contemplé el vuelo de una de las aves rapaces que últimamente surcan los cielos de la vega y creí ver al ‘Aparato’, que en pasadas rasantes buscaba la Choza de José para aterrizar en su techo.




Miguel Aguado Hernández
Marzo 2007

Aquello fue 'La Monda'

Estos, Fabio, ¡ay dolor!,
campos que son regadíos,
pronto los verás baldíos
y perderán el verdor
que dio a Motril esplendor.
En la última campaña
de la zafra de la caña,
recémosles el memento
y loemos al cemento
como hace toda España.

No vendrán los forasteros
cargados con sus jachuelas,
mujeres, niños y abuelas,
a ¿vivir? en los aperos
sus tres meses de monderos.
No se verán los chiquillos
acarreando turrillos,
ni la quema de las brozas,
ensuciará las terrazas.
¡Nadie hará ya los bardillos!

Ni el arriero de raza
a golpe de vara y taco
y alguna ayuda de Baco
llevará desde la haza
las cañas hasta la plaza.
No veremos acarretos
(burros, mulos y muletos)
cargando hasta los rabos
una montaña de cabos
solo con sus esqueletos.

Se van mil años de historia
de esta planta de la miel
que nos importó el infiel.
Sólo quedará memoria
en el Reloj de Vitoria.
¿Y en la fábrica El Pilar?:
aquí habrá que esperar
por más tiempo todavía
que la añorada autovía,
o que el tren hasta la mar.

En el mañana yo veo
el vergel hecho un desierto,
¡que esto ya me huele a muerto!
Y serás tu mausoleo,
¡ay! Vega del Guadalfeo.
¿De qué sirven los desvelos
en cuidar tanto tus suelos? :
de hormigón son tus marjales,
para dar cañas no vales,
ni de armiz ni raspacielos.

Pero que ningún listillo
diga que este litoral
ya no es Costa Tropical,
y la llame Del Ladrillo
de la Torre al Pelaillo.
¡No seas tonto, no te enteras!
-le diremos al turista-
¿es que eres corto de vista?:
¡los salves de cañaveras,
son cañas azucareras!

Y siguiendo la ilusión
llenaremos nuestra vega
de figurantes de pega
y caballos de cartón.
Y jartaremos de ron
al visitante avisado;
lo mantendremos tajado
para que el pobre no vea
que en Motril la chimenea,
solo es un decorado.

¡Para qué seguir el sueño!:
ya no veremos campañas,
ni chuparemos más cañas;
y aunque soy buen motrileño
no seguiré el vano empeño.
Aunque, si he de ser sincero,
como consuelo yo espero
que, si se extingue la caña,
no se pierda para España
el Ron Pálido Montero.


Miguel Aguado (Abril de 2006)

martes, 12 de mayo de 2009

Patriotismo comarcal


En los días que escribo estas líneas -inicio de la segunda quincena de Marzo- se esta gestando una asociación entre diversas agrupaciones empresariales y la Mancomunidad de Municipios de la Costa Tropical para gestionar unos fondos públicos destinados a Iniciativas de Turismo Sostenible.
Al parecer han surgido algunas divergencias entre la Junta de Andalucía, y la Mancomunidad y entre las tres villas principales de esta y las más pequeñas. Esperemos que todo quede resuelto satisfactoriamente ya que el futuro de los pueblos costeros pasa irremediablemente por su unión. No ha lugar a partidismos y banderías. Los dirigentes políticos deben hacer un esfuerzo para que prevalezca el bien de sus representados. Todos los habitantes de la comarca costera, sometida a la zozobra general del país, debemos tener claro que solo unidos podremos subsistir a la tormenta y retomar el rumbo que nos llevaba a ser una de las zonas más prósperas de España.

Después de esta seria y obligada reflexión quiero dar a las líneas que siguen un tono más festivo para bajar un poco el calor de la discusión y subir el de la ilusión. No tengo más pretensión de que en los habitantes de la Costa Tropical, crezca, o se afiance en los que ya lo tienen, el sentimiento de pertenencia a una comarca singular.
La verdad es que poco ayuda decir que uno es ciudadano de la MMCT (Mancomunidad de Municipios de la Costa Tropical). Tiene tan poca gracia como para los rusos decir que eran de la URSS. Ya se que por imperativo legal estas asociaciones comarcales se deben de llamar así, pero también ocurre con las Comunidades Autónomas y Asturias le ha colocado delante un ‘Principado de’ que queda muy chulo. Busquemos un nombre con rancio abolengo que nos de prestigio en todo el orbe.

Para los nostálgicos de la época nazarí podría ser el Iqlim del Sahil de la Cora de Elvira (Distrito de la Costa Marítima de la Provincia de Granada). Tendría un peculiar tufillo oriental con efecto embriagador para los amantes de nuestra historia agarena.

En la parte opuesta, para aquellos que son felices con el retorno de nuestra querida tierra al bando cristiano, se podría tomar prestado el nombre de una federación que, a finales del siglo XIII, formaron unos puertos y villas de la costa cántabra y vasca, la Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla y Vitoria (conocida también como Hermandad de las Marismas).Así nuestra comarca se llamaría Hermandad de la Villas de la Marina del Reino de Granada (¡toma ya!).

Los que no quieran elegir entre moros y cristianos podrán votar por la opción europea, que sería tomar el nombre de otra federación de puertos y ciudades que, también en el siglo XIII, nació en el mar Báltico: La Hansa o Liga hanseática. Vender nuestros productos hortofrutícolas y paquetes turísticos bajo el nombre de Hansa Tropical sonaría familiar a los clientes de los países nórdicos.

Una vez encontrado el nombre habría que buscar el gentilicio de los naturales. Yo me he fijado en dos naciones: Costa Rica y Costa de Marfil. Los provenientes de la primera son costarricenses y los de la segunda marfileños. Así que deberíamos optar entre costatropicalenses y tropicaleños. La verdad es que son mejorables. Claro que peor sería tropicano (los pareados que pueden hacer los graciosillos serían insoportables) y tropicana (suena demasiado a cabaret).
Vayan buscando los lectores como resolver la cuestión. Probablemente será perder el tiempo, pero en los tiempos de pesadumbre que corren puede ser saludable evadirse algunos minutillos de la maldita crisis. Además nuestro patriotismo comarcal no debe estar reñido con el sentido del humor. Que nos sea leve, queridos ¿costeños?, ¿tropiqueros?, ¿…?.

Miguel Aguado Hernández
Marzo de 2009

jueves, 2 de abril de 2009

El pacto

En enero de 2007 publiqué en el semanario motrileño El Faro dos artículos que dos años después - al anunciarse el pacto entre el PSE y el PP vasco- creo que pueden tener interés reeditarlos en el blog.


Sin anestesia, por favor

En Mayo de 2005 las Cortes Españolas, a propuesta del Gobierno, aprobaron una resolución a favor del dialogo con ETA. Para muchos aquella era una estrategia irreal basada en la supuesta buena fe de los etarras y compañía y por tanto con un elevadísimo riesgo de fracaso. Pero era legal y la acatamos democráticamente. Además se nos dijo que este gobierno tenía el derecho a explorar con el dialogo el final de la banda armada anteponiendo el abandono de la violencia a la política. Parecía razonable. Habría que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Estos ya los conocemos: tres tíos pegando tiros al aire, extorsión a empresarios, robo de pistolas, zulos con explosivos, ‘kale borroka’…, hasta que el día treinta de diciembre la presunción de la buena fe de los violentos ha estallado por los aires.
Hace tres meses en un escrito que titulé ‘La paradoja de la tolerancia’ cité una frase del filósofo austriaco Karl Popper: “Es imposible tener una discusión racional con un hombre que prefiere dispararme un balazo a ser convencido por mí”. El señor Zapatero ha tenido la fortuna de que los irracionales de ETA no le hayan disparado un balazo en su intento de convencerlos, pero no han corrido la misma suerte las dos vidas humanas sacrificadas por los asesinos en la macabra ceremonia del ‘proceso de paz’. ¿Necesita algo más el presidente de todos los españoles para aplicarse el aforismo del sabio vienés?
El sábado nos sorprendimos cuando Zapatero anunció que se conformaba con suspender el dialogo. El ministro Rubalcaba dijo ayer que lo rompía. Esperemos que sea lo segundo pues amenazar a los terroristas con suspender el dialogo es un castigo para escolares. Que estos chicos de las pistolas y sus batasunos tienen los colmillos retorcidos y han suspendido ya todas las convocatorias. De nada sirven los exámenes extraordinarios, que estos suspenden hasta el recreo porque nunca han estudiado democracia.
Transcurridos unos días desde el atentado de Barajas hemos leído y oído críticas contra la estrategia del ‘proceso de paz’. La mayoría están muy bien razonadas. Quiero destacar la realizada por la eurodiputada socialista Rosa Díez, en el periódico ABC al día siguiente del atentado, por su acertado diagnóstico: “ETA ha cometido este atentado en el mejor de los climas para una organización totalitaria: con los demócratas desunidos y con una parte importante de la sociedad civil bajo los síntomas del cloroformo apaciguador, presa de una potencial cobardía que le lleva a pensar que «otro nos sacará las castañas del fuego»” ; pero no menos por su propuesta final: “A ETA sólo se le puede ganar si se le quiere ganar. Sería la hora de que les hiciéramos saber que todos hemos aprendido la lección. Y que vamos a por ellos. Con unidad, con firmeza y con madurez. Y que vamos a utilizar todos y cada uno de los instrumentos del Estado de Derecho para derrotarlos. Ni uno más; pero ni uno menos”.
Yo, como ciudadano de a pie, comparto literalmente este último párrafo con la valerosa eurodiputada (¿Que ha sido del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo?)
Y, también como parte de la sociedad civil, me niego a que alguien intente anestesiarme con el ‘cloroformo apaciguador’ del que nos advierte Rosa Díez.

Miguel Aguado Hernández
Enero de 2007


Quién me iba a decir

Quién me iba a decir (aprovecho el tirón mediático de Bisbal) que mi escritora de cabecera en el tema del ‘proceso de paz’ iba a ser una vasca que además es socialista. Ya la semana pasada me sorprendió con un artículo publicado en ABC, por su atinado diagnostico de la enfermedad que debilita a la sociedad española: la desunión de los demócratas; su advertencia de las complicaciones que podían surgir por el ‘cloroformo apaciguador’ que usa el gobierno y sus medios afines; y sobre todo por el tratamiento: “…vamos a por ellos. Con unidad, con firmeza y con madurez. Y que vamos a utilizar todos y cada uno de los instrumentos del Estado de Derecho para derrotarlos. Ni uno más; pero ni uno menos”.
Quién me iba a decir que en un nuevo artículo publicado en el mismo medio (9/I/07), Rosa Díez vuelve ha a poner el dedo en la llaga, exponiendo argumentos que cualquier persona sensata suscribiría, aún con el riesgo de ser colocada en la extrema derecha obstaculizadora del ‘proceso de paz’. A saber: exigir claridad al Ejecutivo y al PSOE; pedir con firmeza que las palabras paz, dialogo y acuerdo no se utilicen para engañar; y diferenciar claramente que una cosa es la unidad imposible de todos los partidos(¿quién se imagina al PNV del Pacto de Estella y a ERC del Pacto de Perpignan, aliados con el PP para derrotar a ETA?) y otra, mas deseable, un ‘pacto de Estado’ –aunque al existente se le introduzcan modificaciones si son necesarias- entre los dos principales partidos nacionales y que a él se sumen los que quieran.
Quién me iba a decir que la eurodiputada socialista tiene muy claro quiénes son los culpables, pero también los responsables de la desunión: “El único culpable del terror y del dolor causado es ETA. Pero la responsabilidad de que el Pacto se haya roto en pro de otra estrategia para buscar un «final dialogado» es del Gobierno”.
Quién me iba a decir que esta brava vasca, que sabe distinguir entre debatir democráticamente con sus adversarios políticos de la derecha y juntos plantarle cara a sus paisanos terroristas, sea capaz de cantarle las cuarenta a su Secretario General y Presidente del Gobierno: “No nos vamos a distraer, presidente. El día 15 comparecerá usted en el Congreso de los Diputados. Estaremos atentos. Tiene usted que optar: o el pacto de Estado para derrotar a ETA o el mantenimiento del acuerdo con los nacionalistas para insistir en el final dialogado.”
Pues eso. Quién se lo iba decir, señor presidente, mejor que ella.

Miguel Aguado Hernández
Enero de 2007



Mis felicitaciones a los firmantes del pacto. Pero mucho más efusivas para Rosa Díez que supo mantener su postura aún remando a contracorriente de su propio partido.Y ¿por qué no?, felicitaciones para los miles de españoles a los que el tiempo -meses de desazón y de sordo cabreo al comprobar que Zapatero mantenía el contacto con los terroristas- nos ha dado la razón. De momemto.
Difrutémoslo mientras dure.

Miguel Aguado. 2 de Abril de 2009

lunes, 2 de marzo de 2009

Marchando tres de autovías

Tres artículos publicados en meses anteriores en relación a la desesperante llegada de las autovías a la Costa Tropical.

El espíritu saboteador del coronel Nicholson
Febrero de 2009

Lo conocimos allá por los finales de los cincuenta del siglo pasado. Nicholson era un estirado coronel británico que, cautivo de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, se vio obligado, al mando de un grupo de prisioneros de guerra ingleses, neozelandeses, y americanos, a construir un puente en las selvas tailandesas: el Puente sobre el río Kwai.
La pugna entre el malvado coronel nipón Saito (fanático cumplidor de la misión que le han encomendado) y el arrogante Nicholson (que lucha interiormente entre el deber de no colaborar con el enemigo y el orgullo de hacerlo para demostrar la superioridad de su raza sobre la amarilla), es el eje argumental de la película, adornada con algunas escenas heroicas, unas pincelas de chicas en la playa y con el inolvidable fondo musical de la ‘Marcha del coronel Bogey’ (¿quién con más de cuarenta años no la ha silbado?). El clímax del film -ganador de siete Oscar- es la escena final, en la que el ingeniero militar inglés, encarnado magistralmente por sir Alec Guinness, antes de que su alma entre en la morada de los traidores a la patria, deja caer su cuerpo sobre la palanca del detonador que hace saltar al puente por los aires entre espectaculares y demoledores - las escenas fueron reales- efectos pirotécnicos.



Yo no creo en espíritus, como los gallegos no creen en meigas, pero alguno debe de haber tras los sucesivos e inexplicables accidentes que, en los últimos años, han sufrido tres puentes de las autovías que unirán nuestra Costa Tropical con el resto del mundo. Parece como si el espíritu saboteador del coronel Nicholson haya vuelto de las selvas tailandesas a causar la ruina de estas tres estratégicas estructuras situadas justamente en los límites Este, Norte y Oeste de la Comarca. Solo nos falta que se abra un agujero en la bocana del puerto de Motril y, cual monumental sumidero sin tapón, lo deje seco de agua para estar totalmente incomunicados.

He dicho que no creo en espíritus ni en meigas o que, en el peor de los casos, ‘haberlas hailas, pero é difícil pillailas’, por lo que es tiempo perdido salir en busca y captura del espíritu del coronel. Tampoco creo con fe de carbonero lo que dicen las películas pues, habitualmente, su parecido con la realidad es pura coincidencia.
El argumento de la archiconocida película que hoy nos ocupa, se basó en una historia real protagonizada por un teniente coronel del ejército inglés, Philip Toosey, que fue forzado junto a sus soldados a construir un tramo del ferrocarril entre Bangkok y Rangún, y de cuyo trazado era parte el puente que cruzaría el río Kwai. El jefe militar y técnico del trazado fue el coronel Saito. El nombre es lo único que concuerda con la ficción, pues el Saito original, a diferencia del despótico y cruel personaje del film, era un culto militar que trató a los prisioneros aliados con bastante compasión. Esto le valió que en el juicio por crímenes de guerra, al que fue sometido al terminar la contienda, contara con el testimonio favorable de Toosey, evitando así la pena de muerte.
El puente, a pesar de los intentos de sabotaje del teniente coronel inglés, se construyó y solo fue derribado por las bombas de la aviación americana. Los tailandeses, con tesón, lo reconstruyeron después de la guerra y hoy es paso de trenes frecuentados por nostálgicos turistas.

Los habitantes de la Costa Tropical -por lo poco que hemos protestado- parece que hubiésemos asistido, sentados en nuestros cómodos sillones del patio de butacas, al visionado de la caída de los puentes, como si de fantasiosos hechos se trataran. Creo que ha llegado el momento de que no dejemos que nos cuenten la película del Puente sobre el río Kwai. O mejor, de que echemos un ojo a la realidad.
Esta nos muestra que por muchos hundimientos de túneles o corrimientos de tierras, otras obras han superado con rapidez los fallos, fueran estos de causa humana o esotérica. No hay más que recordar cómo la Ministra de Fomento, ante los graves problemas de la llegada del AVE a Barcelona, mandó a su segundo del Ministerio a vivir a la Ciudad Condal hasta que se terminaran las gafadas obras.
Pidámosle los costeños -con espíritu fuenteovejuno- a la ministra malagueña, que nos mande a alguien gordo - y con dinero- a que termine de una vez por todas las dichosas autovías. Que no nos tome a mal que esta Costa Tropical se desgajara acertadamente de su querida y protegida Costa del Sol. Aprovechemos sus propias palabras para decirle que ya estamos hartos de puentes ‘partíos’ y doblaos’.
Miguel Aguado Hernández



Sin carreteras no hay paraíso
Noviembre de 2008

La recesión ha venido nadie explica como ha sido. Lo cierto es que la comarca de la Costa puede ser una de las más castigadas por la crisis. La construcción era muy importante en nuestra economía y suplir su tirón va a ser tarea difícil. Hay varias locomotoras que deben arrastrar a la debilitada economía motrileña: los servicios, el puerto, la agricultura, el turismo...
Pero todas nuestras esperanzas se quedaran en amarga desilusión si no llegan pronto las autovías. Sin carreteras no hay paraíso.

En Septiembre del año pasado bajo el título de ‘Quince leguas a la mar de Motril’ me lamentaba de la lentitud de las obras de las autovías que quieren llegar a Motril. Para recordar el aislamiento secular de la Costa, hacía referencia en aquel escrito que hasta el siglo XVI no se le había ocurrido a nadie medir la distancia que había entre Granada y Motril. Se estableció en quince leguas, por un itinerario muy distinto al de la carretera que posteriormente unió a las dos ciudades desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX
Hoy quiero traer una sucinta memoria de algunos avatares sufridos en la construcción de aquella carretera, iniciada el cinco de Abril de 1839 bajo el reinado de Isabel II.
Los datos están en sendos artículos publicados en la Revista de Obras Públicas en 1853 y 54. El autor expone los obstáculos que encontraba la dirección de la obra para que el estado aportara el número suficiente de penados encargados de los trabajos más duros y los soldados que tenían que vigilarlos. La carencia de técnicos cualificados en distintas etapas de la obra. Y sobre todo la falta del dinero necesario para la manutención de confinados y vigilantes, los sueldos del personal civil, materiales, el pago de expropiaciones… Pero no solo la falta de presupuesto era el problema, si no que el dinero ya librado se desviaba de su destino final: “Resultado que tanto los fondos mencionados como los de los billetes del tesoro, no se habían empleado en su peculiar objeto” y que “…de lo relacionado se desprende una evidencia bien triste: la de que bajo el nombre de carretera de Motril se hacían repartimientos á los pueblos, que no se invertían en sus obras”.
También en distintos pasajes, el autor describe las dificultades del terreno. Valga como ejemplo lo que dice del tramo que se estaba construyendo desde Tablate al Puente Izbor: “Cualquiera descripción que se intente para explicar la estructura de este terreno, apenas dará una idea de las variadas formaciones de que consta ni de los obstáculos que opone en todas direcciones”. A pesar de todo no deja de remarcar la importancia de esta carretera. Así justifica la necesidad de la construcción del puente sobre el río Guadalfeo en el término de Vélez: “…llega á ser tan abundante de aguas en la estación de invierno, que ocasiona detenciones de seis y ocho días, siendo víctimas algunos arrieros que se deciden á vadearle por evitar tan trascendentales perjuicios”.

La carretera se finalizó en los años que lo hacía el siglo XIX. Lo que no implica que su calidad fuera la adecuada. Todavía en 1926, don Salvador de Madariaga (que además de diplomático, historiador y escritor, era ingeniero de minas) denunciaba en el periódico El Sol: […] “Granada no tiene carreteras. Las carreteras de Sevilla son excelentes. Las de Málaga son buenas. De Jaén a Madrid se puede rodar con toda tranquilidad ¿Por qué ha de ser la provincia de Granada la desheredada?”[…]
Ochenta y dos años después se puede decir que la costa de Málaga tiene autovía, la de Almería también. Y preguntarse a continuación: ¿Por qué Motril es la desheredada?
Miguel Aguado Hernández


Quince leguas a la mar de Motril
Septiembre de 2007

En las últimas semanas no hay día que no aparezcan noticias en los medios locales motrileños sobre la llamada Mesa por las Infraestructuras, que es una loable iniciativa para presionar a las administraciones autonómica y, sobre todo, estatal para que la comarca de Motril sea justamente tratada en la dotación de las infraestructuras que se merece, a la cabeza de las cuales está, obviamente, la Autovía Granada-Costa.
Les deseo a las entidades que luchan por ello el mayor de los éxitos. Cuenten con mi leal apoyo. Aunque no está de más advertir que va a ser una tarea difícil. Los motrileños nos hemos acostumbrado a vivir aislados y me temo que las reivindicaciones van a tener, como hasta ahora, poco eco popular.
De este aislamiento da fe el hecho de que hasta bien entrado el siglo XVI no se supiera la distancia que había entre Granada y ‘la mar de Motril’. Fue gracias a un pleito de unos moriscos gazís, que se tuvo conocimiento de ella.
La medición, se realizó con una cuerda de esparto y se contabilizaron algo más de quince leguas (del Cordel de la Corte, de tres millas) lo que significa que el viajero que subía o bajaba de Granada tenía que recorrer unos 65 kilómetros. También quedo constancia del itinerario seguido, que era distinto al conocido hasta hace pocos años que lo cambió la autovía. El camino mas corto hasta ‘la mar de Motril’ llegaba a El Padul por Armilla y Alhendín, pero desde allí se dirigía hacia Cónchar y, directamente, a Restábal, sin pasar por Dúrcal, ni por Talará. Después subía a Pinos del Rey (del Valle) seguía por la Cuesta de la Cebada hasta coronarla y, dejando bastante a la derecha Los Guájares, bajaba a la Bernardilla. Por ahí se vadeaba el río, y una vez pasado el Tajo de los Vados tomaba las cuestas de Panata (a la altura de la presa) para llegar a Motril y por fin a la mar del Varadero.
Fueran leguas o kilómetros, subir a Granada para los motrileños -incluso ya finalizando el siglo XX- era un suplicio solamente aliviado por los pestiños de Vélez, el refrigerio y/o devota parada en la Venta y Ermita de las Angustias, o las habas fritas con jamón de la Venta Natalio (con el inefable Salvador y su inseparable boina) en Talará. Ir o venir de la capital era un ‘viaje’ de rezo inicial obligatorio y donde había que hacer al menos una parada, las más veces dos.
Hoy las prisas acompañan todas nuestras actividades. Queremos llegar cuanto antes a donde sea. El motrileño quiere llegar al ‘Cortinglés’ de la Carrera de la Virgen en el mismo tiempo que al Alcampo de la Puchilla y el ‘kiki granaíno’ quiere pegarse un ‘pansasiyo’ en la playa de Torrenueva nada mas pasar el Suspiro. Esto parece que tiene que ser así por mor de los nuevos tiempos y aunque le pese a un socarrón motrileño que hace un par de años, y mientras desayunaba en la antigua cafetería Rex, leyó los titulares del periódico IDEAL en las que un político del partido en el gobierno actual, prometía la finalización de la autovía para 2008. Con ello, aquellas quince leguas del ‘camino a la mar de Motril’ de casi una jornada de penalidades, quedarían en apenas media hora, que tardarían los granadinos en acceder al baño y, después de la merendola, volver a capital en igual tiempo (sin dejar un euro, según creencia popular). De pronto se levantó y dijo en voz alta a los parroquianos, agitando el periódico: “¡Ya me he cabreao!” Y ante la sorpresa general continuó: “¡Encima van a llegar los ‘sanitex’ con la tortilla de papas caliente!”.
Y es que nunca llueve a gusto de todos.
Miguel Aguado Hernández

martes, 27 de enero de 2009

El rey negro Miguel


Al redactar este escrito no se quién será el ganador de las elecciones americanas. Todos los pronósticos dan vencedor a Obama para alegría del gobierno, de señalados líderes populares y de muchos antinorteamericanos que creen que el candidato demócrata va a tirar piedras sobre su propio tejado o va a escupir para arriba.

Aquí no pretendo valorar lo que es mejor para el mundo, si la victoria de Obama o McCain. Hay ya innumerables analistas que inundan los medios de opiniones más o menos objetivas y también, cómo no, de solemnes memeces.

Lo que si parece claro es que, una vez que cualquiera de los dos candidatos ejerza el poder, tendrá bajo su mando la nación más poderosa de la tierra y que muchas de las promesas electorales serán aparcadas en aras de la realpolitik. Es de desear que el próximo presidente tenga la inspiración suficiente para gobernar con acierto a su país y liderar una política internacional que ponga en camino de solución los problemas económicos y bélicos que atribulan al mundo. God bless America.

Hoy quiero dedicar mis líneas a resaltar un hecho histórico de gran calado (si se confirman las encuestas): que el primer presidente negro pise la Casa Blanca, después de algo más de quinientos años que el primer esclavo negro pisara tierras americanas.

Nos cabe a españoles y portugueses el dudoso honor de ser los primeros en iniciar el tráfico negrero hacia América. Lo que no es óbice para poner al mismo nivel, en esta macabra orla, a las otras potencias colonizadoras, Inglaterra, Francia y Holanda. Y tampoco dejar fuera de este vergonzoso podio a los países musulmanes africanos, que ya comerciaban con esclavos negros muchos siglos antes del Descubrimiento.

Esto no quiere decir que estas pretéritas acciones, que nos parecen ominosas, sirvan para culpabilizar, como algunos pretenden, a las generaciones actuales. No me imagino a un soriano acusando a Berlusconi de genocida por la que le hizo Escipión el Africano a los numantinos.

Desde su llegada a tierras americanas, los esclavos negros lucharon por su libertad. Ya en el primer tercio del siglo XVI algunos grupos iniciaron revueltas cruelmente reprimidas. Pero fue a mediados de siglo cuando, en distintos virreinatos españoles y portugueses, esclavos rebeldes arrancaron sus cadenas y en lugares montañosos o rodeados de inextricables selvas, se agruparon en palenques o quilombos. Algunos cimarrones -pues así les llamaron- alcanzaron notoriedad. Como Bayano (Bayomo para Caro Baroja), en lo que es hoy Panamá y el Negro Miguel en la actual Venezuela. El primero fue engañado y apresado por Pedro de Ursúa. Desterrado a España, vivió sus últimos años en Sevilla, subsistiendo con una paga real. La historia del segundo es más novelesca. Mató al amo que lo maltrataba, insurreccionó a un puñado de negros, se internó en las selvas de Buría y creó un reino donde él era el rey, su esposa Guiomar la reina, y su hijo el príncipe heredero. Nombró ministros y hasta invistió a uno de los suyos como Obispo. El reinado acabó trágicamente, dos años mas tarde, al morir el rey negro Miguel en el asalto a la ciudad venezolana de Barquimiseto.

De confirmase la elección de Obama a la presidencia USA -algo más que la regencia del pobre Miguel-, nos tenemos que felicitar todos porque se cierran simbólicamente cinco siglos de humillaciones. ¡Ah! y porque, el negro Barak, habrá llegado a la presidencia con un envidiable expediente académico en la Universidad de Harvard, una brillante carrera política y tras ganar por mérito propio las primarias a la blanca Hillary. O sea, sin haber ocupado por cuota su candidatura por pertenecer a un sector marginado.

Miguel Aguado Hernández
Noviembre de 2008.

jueves, 22 de enero de 2009

Otro año A la Vera del Guadalfeo

Para cerrar el pasado año, hice una selección de algunos de mis escritos publicados en El Faro en los 11 meses anteriores. El actual, año de la crisis, lo voy a concluir con una síntesis de dos colaboraciones que escribí, en el periódico, allá por el mes de Enero.
En la primera (‘Economía en dos tardes’) llamaba la atención sobre las pésimas noticias que se publicaban de la tormenta que se cernía sobre la economía española. Al final incluso me atrevía a elevar la magnitud del fenómeno a tsunami.
A la semana siguiente (‘Dos tardes… y quinientas noches’) tuve que volver al tema, al comprobar que al presidente del gobierno desterraba al ostracismo por antipatriotas a los que mentaran la palabra crisis: eran unos alarmistas. Justificaba su ataque en que ‘la desconfianza no alienta las inversiones, el miedo no es la base de la prosperidad’ y que ‘el pesimismo nos hace ir al sitio equivocado’, según sus propias palabras.
Después de exponer, en mi descargo, que los datos que yo había tomado en cuenta (PIB, ICC, IPC) eran los publicados por los propios organismos oficiales, busqué la respuesta a mi error de apreciación. Sorprendentemente, esta estaba en una comparencia del ministro Solbes, ante los diputados de la Comisión de Economía del Congreso, en la que dijo, con rostro impasible, que la bonanza de la economía española quedaba acreditada “paseando por los bares de Madrid o Barcelona, por las autopistas los fines de semana o por cualquier centro comercial, y ver las colas que se han producido en las recientes fechas (navideñas) para comprar cosas” (sic).

Viendo el aire festivo con que los dos mandatarios se tomaban lo que ya para muchos era una enorme vía de agua que acabaría hundiendo la economía (¿Se acuerdan del debate Pizarro-Solbes?), me atreví a darle un toque de irónico humor a mi escrito: “Olvídense de los índices que valoraban la economía española -escribí entonces- porque, según están las cosas, pueden generar desconfianza o meter miedo a los inversores, y tengan fe en los nuevos parámetros que dan la auténtica idea de la riqueza de los ciudadanos”. Propuse cambiar el Producto Interior Bruto (PIB) por el IPTBBM (Índice de Producción de Tapas en los Bares de Barcelona y Madrid) por ser una medida muy alegre y optimista que causaría un efecto embriagador en los inversores; el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) por el ICCCC (Índice de Carritos de la Compra en los Centros Comerciales), medida, como todo el mundo sabe, mucho más fiable; o el Índice de Precios de Consumo (IPC) por el IDD (Índice del Dominguero) para que el inversor se percatara que los españoles se tiraban a las autopistas los fines de semana, sin importarles un carajo el precio del barril de petróleo. Aunque había motivos suficientes para la pesadumbre, la actitud gubernamental movía a la risa.

Solo once meses después queda poco margen para el humor, aunque ya poca gente duda que Solbes, Sebastián y Zapatero, que negaron con tozudez la crisis, estaban validando la Ley de Evans (según Murphy): “Si alguien consigue mantener la calma cuando todo el mundo pierde la cabeza, entonces es que no se entera del problema”.

Es Navidad. Deseo Felices Pascuas a todos los hombres -y mujeres- de buena voluntad (y algunillos de los que carezcan de ella). He pedido, en mi carta a los Reyes Magos, los mayores éxitos para los tres responsables de la economía española -lo contrario sería suicida-, a la hora de encontrar soluciones. Pero por favor, que Solbes se olvide de medir a cuartas y pesar con la romana; que Sebastián haga algo más que regalarnos bombillas; y que Zapatero tome medidas más eficientes que las pródigas y muníficas aprobadas hasta ahora. Espero que Sus Majestades no nos traigan carbón.

Miguel Aguado Hernández (Diciembre 2008)

miércoles, 7 de enero de 2009

La barra de San Jordi

Es sabida la gran popularidad que tienen en todo el orbe los equipos de fútbol del Real Madrid y Barcelona. No es raro ver a chicos y mayores con las camisetas de sus ídolos preferidos o con las insignias de estos equipos en otras prendas deportivas y objetos. Es menos sabido que en algunos países árabes las autoridades, llevadas por un extremado celo religioso, solo permiten la venta de los productos que llevan el escudo del BarÇa si ha sido sometido a cirugía estética. Es decir, si se le ha cambiado la cruz roja sobre fondo blanco del cuartel superior derecho por una sola banda vertical. La cruz de San Jordi se ha convertido en una barra laica.
Muchos líderes religiosos musulmanes han dejado muy claro que no están de acuerdo con esta práctica y que les parece un signo de intolerancia que ellos no aprueban. Menos mal.

En nuestro país, un tribunal de Valladolid, ha ordenado la retirada de los crucifijos de un colegio público. La noticia ha provocado disparidad de opiniones, aún dentro del PSOE. Mientras que el Vicesecretario General, al mismo tiempo que se declaraba creyente, aprobaba la sentencia, la Ministra de Educación afirmaba (si no se desdice en las próximas horas) que la presencia de cruces o no en una institución educativa pública debe depender del Consejo Escolar de cada centro. Esto nos da la idea de que en estos asuntos hay que ser muy cautos y prudentes. La Constitución Española en el Artículo 16, apartado 3 dice: ‘Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones’. Según esto, los que reclaman una escuela pública laica están en su derecho y hay que respetarlos. Pero no más que a los que exigen a los poderes públicos cooperación con la religión católica (por si se olvida cuatro de cada cinco españoles se declaran católicos). Habrá que buscar un sano equilibrio.

Los italianos resolvieron este dilema hace dos años. El Consejo de Estado dictó una sentencia en la que señalaba que el crucifijo es un signo que no discrimina, sino que une; no ofende porque “es una síntesis, inmediatamente perceptible y aceptable, de los valores civilmente relevantes, valores sobre los que se sostiene e inspira nuestro orden constitucional, fundamento de nuestra convivencia civil (...). Valores que han impregnado nuestras tradiciones, el modo de vida, la cultura del pueblo italiano”.
Deja bastante claro que es un bien cultural que difícilmente puede ser nocivo. Todo lo contrario que el tribunal vallisoletano, que fundamenta su sentencia que “en la fase de formación de la personalidad de los jóvenes la enseñanza influye decisivamente en su futuro comportamiento respecto de creencias e inclinaciones” y que “nadie puede sentir que, por motivos religiosos, el Estado le es más o menos próximo que a sus conciudadanos”. Respetables argumentos, pero no compartidos.
De triunfar, tal cual, esta doctrina en instancias superiores, pudiera dar lugar a que los más acérrimos laicistas se aferraran a ella sin temor a hacer el ridículo. Un laicista de Oviedo podría exigir que el gobierno del Principado no lo discrimine con la bandera ya que el elemento principal de la misma es la Cruz de la Victoria (con las letras alfa y omega bíblicas colgando de sus brazos). O un profesor de geografía, al citar algún topónimo que tenga la Cruz como referente, tendría que aplicarse la autocensura al modo que se hace en las grabaciones cuando hay que eliminar un taco o una expresión malsonante, para no influir en los tiernos oídos de los infantes. ¿Se imagina el lector una clase de estas? Diría el profesor: “En la Comunidad de Murcia es muy célebre la ciudad de Caravaca de la ¡Piiii!...”; o: “la capital de una de las Islas Canarias es ¡Piiii! ¡Piiii! de Tenerife”. Multiplíquense estos ejemplos por todos los que hay en la geografía nacional. Para que hablar del pobre profesor de historia explicando la Reconquista.

Dicen -¡oh sorpresa!- que la hija de uno de los promotores de la retirada de los crucifijos en el colegio vallisoletano interpreta a la Virgen María en la función navideña. No lo doy por cierto. Aunque de cosas más raras somos testigos. Es que no tenemos apaño.

Miguel Aguado Hernández
Noviembre de 2008