Tres artículos publicados en meses anteriores en relación a la desesperante llegada de las autovías a la Costa Tropical.
El espíritu saboteador del coronel Nicholson
Febrero de 2009
Lo conocimos allá por los finales de los cincuenta del siglo pasado. Nicholson era un estirado coronel británico que, cautivo de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, se vio obligado, al mando de un grupo de prisioneros de guerra ingleses, neozelandeses, y americanos, a construir un puente en las selvas tailandesas: el Puente sobre el río Kwai.
La pugna entre el malvado coronel nipón Saito (fanático cumplidor de la misión que le han encomendado) y el arrogante Nicholson (que lucha interiormente entre el deber de no colaborar con el enemigo y el orgullo de hacerlo para demostrar la superioridad de su raza sobre la amarilla), es el eje argumental de la película, adornada con algunas escenas heroicas, unas pincelas de chicas en la playa y con el inolvidable fondo musical de la ‘Marcha del coronel Bogey’ (¿quién con más de cuarenta años no la ha silbado?). El clímax del film -ganador de siete Oscar- es la escena final, en la que el ingeniero militar inglés, encarnado magistralmente por sir Alec Guinness, antes de que su alma entre en la morada de los traidores a la patria, deja caer su cuerpo sobre la palanca del detonador que hace saltar al puente por los aires entre espectaculares y demoledores - las escenas fueron reales- efectos pirotécnicos.

Yo no creo en espíritus, como los gallegos no creen en meigas, pero alguno debe de haber tras los sucesivos e inexplicables accidentes que, en los últimos años, han sufrido tres puentes de las autovías que unirán nuestra Costa Tropical con el resto del mundo. Parece como si el espíritu saboteador del coronel Nicholson haya vuelto de las selvas tailandesas a causar la ruina de estas tres estratégicas estructuras situadas justamente en los límites Este, Norte y Oeste de la Comarca. Solo nos falta que se abra un agujero en la bocana del puerto de Motril y, cual monumental sumidero sin tapón, lo deje seco de agua para estar totalmente incomunicados.
He dicho que no creo en espíritus ni en meigas o que, en el peor de los casos, ‘haberlas hailas, pero é difícil pillailas’, por lo que es tiempo perdido salir en busca y captura del espíritu del coronel. Tampoco creo con fe de carbonero lo que dicen las películas pues, habitualmente, su parecido con la realidad es pura coincidencia.
El argumento de la archiconocida película que hoy nos ocupa, se basó en una historia real protagonizada por un teniente coronel del ejército inglés, Philip Toosey, que fue forzado junto a sus soldados a construir un tramo del ferrocarril entre Bangkok y Rangún, y de cuyo trazado era parte el puente que cruzaría el río Kwai. El jefe militar y técnico del trazado fue el coronel Saito. El nombre es lo único que concuerda con la ficción, pues el Saito original, a diferencia del despótico y cruel personaje del film, era un culto militar que trató a los prisioneros aliados con bastante compasión. Esto le valió que en el juicio por crímenes de guerra, al que fue sometido al terminar la contienda, contara con el testimonio favorable de Toosey, evitando así la pena de muerte.
El puente, a pesar de los intentos de sabotaje del teniente coronel inglés, se construyó y solo fue derribado por las bombas de la aviación americana. Los tailandeses, con tesón, lo reconstruyeron después de la guerra y hoy es paso de trenes frecuentados por nostálgicos turistas.
Los habitantes de la Costa Tropical -por lo poco que hemos protestado- parece que hubiésemos asistido, sentados en nuestros cómodos sillones del patio de butacas, al visionado de la caída de los puentes, como si de fantasiosos hechos se trataran. Creo que ha llegado el momento de que no dejemos que nos cuenten la película del Puente sobre el río Kwai. O mejor, de que echemos un ojo a la realidad.
Esta nos muestra que por muchos hundimientos de túneles o corrimientos de tierras, otras obras han superado con rapidez los fallos, fueran estos de causa humana o esotérica. No hay más que recordar cómo la Ministra de Fomento, ante los graves problemas de la llegada del AVE a Barcelona, mandó a su segundo del Ministerio a vivir a la Ciudad Condal hasta que se terminaran las gafadas obras.
Pidámosle los costeños -con espíritu fuenteovejuno- a la ministra malagueña, que nos mande a alguien gordo - y con dinero- a que termine de una vez por todas las dichosas autovías. Que no nos tome a mal que esta Costa Tropical se desgajara acertadamente de su querida y protegida Costa del Sol. Aprovechemos sus propias palabras para decirle que ya estamos hartos de puentes ‘partíos’ y doblaos’.
Miguel Aguado Hernández
Sin carreteras no hay paraíso
Noviembre de 2008
La recesión ha venido nadie explica como ha sido. Lo cierto es que la comarca de la Costa puede ser una de las más castigadas por la crisis. La construcción era muy importante en nuestra economía y suplir su tirón va a ser tarea difícil. Hay varias locomotoras que deben arrastrar a la debilitada economía motrileña: los servicios, el puerto, la agricultura, el turismo...
Pero todas nuestras esperanzas se quedaran en amarga desilusión si no llegan pronto las autovías. Sin carreteras no hay paraíso.
En Septiembre del año pasado bajo el título de ‘Quince leguas a la mar de Motril’ me lamentaba de la lentitud de las obras de las autovías que quieren llegar a Motril. Para recordar el aislamiento secular de la Costa, hacía referencia en aquel escrito que hasta el siglo XVI no se le había ocurrido a nadie medir la distancia que había entre Granada y Motril. Se estableció en quince leguas, por un itinerario muy distinto al de la carretera que posteriormente unió a las dos ciudades desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX
Hoy quiero traer una sucinta memoria de algunos avatares sufridos en la construcción de aquella carretera, iniciada el cinco de Abril de 1839 bajo el reinado de Isabel II.
Los datos están en sendos artículos publicados en la Revista de Obras Públicas en 1853 y 54. El autor expone los obstáculos que encontraba la dirección de la obra para que el estado aportara el número suficiente de penados encargados de los trabajos más duros y los soldados que tenían que vigilarlos. La carencia de técnicos cualificados en distintas etapas de la obra. Y sobre todo la falta del dinero necesario para la manutención de confinados y vigilantes, los sueldos del personal civil, materiales, el pago de expropiaciones… Pero no solo la falta de presupuesto era el problema, si no que el dinero ya librado se desviaba de su destino final: “Resultado que tanto los fondos mencionados como los de los billetes del tesoro, no se habían empleado en su peculiar objeto” y que “…de lo relacionado se desprende una evidencia bien triste: la de que bajo el nombre de carretera de Motril se hacían repartimientos á los pueblos, que no se invertían en sus obras”.
También en distintos pasajes, el autor describe las dificultades del terreno. Valga como ejemplo lo que dice del tramo que se estaba construyendo desde Tablate al Puente Izbor: “Cualquiera descripción que se intente para explicar la estructura de este terreno, apenas dará una idea de las variadas formaciones de que consta ni de los obstáculos que opone en todas direcciones”. A pesar de todo no deja de remarcar la importancia de esta carretera. Así justifica la necesidad de la construcción del puente sobre el río Guadalfeo en el término de Vélez: “…llega á ser tan abundante de aguas en la estación de invierno, que ocasiona detenciones de seis y ocho días, siendo víctimas algunos arrieros que se deciden á vadearle por evitar tan trascendentales perjuicios”.
La carretera se finalizó en los años que lo hacía el siglo XIX. Lo que no implica que su calidad fuera la adecuada. Todavía en 1926, don Salvador de Madariaga (que además de diplomático, historiador y escritor, era ingeniero de minas) denunciaba en el periódico El Sol: […] “Granada no tiene carreteras. Las carreteras de Sevilla son excelentes. Las de Málaga son buenas. De Jaén a Madrid se puede rodar con toda tranquilidad ¿Por qué ha de ser la provincia de Granada la desheredada?”[…]
Ochenta y dos años después se puede decir que la costa de Málaga tiene autovía, la de Almería también. Y preguntarse a continuación: ¿Por qué Motril es la desheredada?
Miguel Aguado Hernández
Quince leguas a la mar de Motril
Septiembre de 2007
En las últimas semanas no hay día que no aparezcan noticias en los medios locales motrileños sobre la llamada Mesa por las Infraestructuras, que es una loable iniciativa para presionar a las administraciones autonómica y, sobre todo, estatal para que la comarca de Motril sea justamente tratada en la dotación de las infraestructuras que se merece, a la cabeza de las cuales está, obviamente, la Autovía Granada-Costa.
Les deseo a las entidades que luchan por ello el mayor de los éxitos. Cuenten con mi leal apoyo. Aunque no está de más advertir que va a ser una tarea difícil. Los motrileños nos hemos acostumbrado a vivir aislados y me temo que las reivindicaciones van a tener, como hasta ahora, poco eco popular.
De este aislamiento da fe el hecho de que hasta bien entrado el siglo XVI no se supiera la distancia que había entre Granada y ‘la mar de Motril’. Fue gracias a un pleito de unos moriscos gazís, que se tuvo conocimiento de ella.
La medición, se realizó con una cuerda de esparto y se contabilizaron algo más de quince leguas (del Cordel de la Corte, de tres millas) lo que significa que el viajero que subía o bajaba de Granada tenía que recorrer unos 65 kilómetros. También quedo constancia del itinerario seguido, que era distinto al conocido hasta hace pocos años que lo cambió la autovía. El camino mas corto hasta ‘la mar de Motril’ llegaba a El Padul por Armilla y Alhendín, pero desde allí se dirigía hacia Cónchar y, directamente, a Restábal, sin pasar por Dúrcal, ni por Talará. Después subía a Pinos del Rey (del Valle) seguía por la Cuesta de la Cebada hasta coronarla y, dejando bastante a la derecha Los Guájares, bajaba a la Bernardilla. Por ahí se vadeaba el río, y una vez pasado el Tajo de los Vados tomaba las cuestas de Panata (a la altura de la presa) para llegar a Motril y por fin a la mar del Varadero.
Fueran leguas o kilómetros, subir a Granada para los motrileños -incluso ya finalizando el siglo XX- era un suplicio solamente aliviado por los pestiños de Vélez, el refrigerio y/o devota parada en la Venta y Ermita de las Angustias, o las habas fritas con jamón de la Venta Natalio (con el inefable Salvador y su inseparable boina) en Talará. Ir o venir de la capital era un ‘viaje’ de rezo inicial obligatorio y donde había que hacer al menos una parada, las más veces dos.
Hoy las prisas acompañan todas nuestras actividades. Queremos llegar cuanto antes a donde sea. El motrileño quiere llegar al ‘Cortinglés’ de la Carrera de la Virgen en el mismo tiempo que al Alcampo de la Puchilla y el ‘kiki granaíno’ quiere pegarse un ‘pansasiyo’ en la playa de Torrenueva nada mas pasar el Suspiro. Esto parece que tiene que ser así por mor de los nuevos tiempos y aunque le pese a un socarrón motrileño que hace un par de años, y mientras desayunaba en la antigua cafetería Rex, leyó los titulares del periódico IDEAL en las que un político del partido en el gobierno actual, prometía la finalización de la autovía para 2008. Con ello, aquellas quince leguas del ‘camino a la mar de Motril’ de casi una jornada de penalidades, quedarían en apenas media hora, que tardarían los granadinos en acceder al baño y, después de la merendola, volver a capital en igual tiempo (sin dejar un euro, según creencia popular). De pronto se levantó y dijo en voz alta a los parroquianos, agitando el periódico: “¡Ya me he cabreao!” Y ante la sorpresa general continuó: “¡Encima van a llegar los ‘sanitex’ con la tortilla de papas caliente!”.
Y es que nunca llueve a gusto de todos.
Miguel Aguado Hernández